Rafael Torres

FIRMA SINDICADA

Rafael Torres

Periodista y escritor


¿Londres como Moscú?

09/05/2023

Considera Human Rights Watch, el observatorio internacional de los atentados contra los Derechos Humanos, que las detenciones arbitrarias de manifestantes pacíficos a favor de la República y contra la Monarquía el día de la coronación de Carlos III, son "algo que esperarías en Moscú, no en Londres". Amnistía Internacional, por su parte, se sumó a la condena de la actuación policial, por cuanto "socava más el respeto a los derechos y libertades básicos" de las personas. Y es que, en efecto, pese al derroche de dorados, disfraces de época, carruajes absurdos, trompetería y desfiles militares, más llamativo fue ese ultraje a la libertad en el país que se reputaba como el más democrático, ejecutado por unos policías que en nada recordaban a los que tradicionalmente velaban en él por la libertad ciudadana precisamente.
Pocas horas antes de iniciarse la fastuosa cuchipanda de 100 millones de libras, eran detenidos sin explicación alguna seis manifestantes republicanos que preparaban sus camisetas, sus banderas y sus pancartas, en las que se leía: "No es mi rey". Debió ser este el delito flagrante que decidió a la Policía a aplicar por las bravas las Leyes Antiprotesta recientemente decretadas por el Gobierno conservador, trasunto de la española Ley Mordaza creada en tiempos de Rajoy para reprimir la disidencia. Disentir de esa institución irracional, de la proclamación de un rey que también es el jefe de la Iglesia Anglicana y, en consecuencia, algo vicario de Dios, es algo que ese reino, por lo visto, ya no puede tolerar.
En Hyde Park, desde siempre, cualquiera podía subirse a una banqueta, y desde allí no solo expresar sus opiniones ante quienes quisieran oírlas, sino incluso lanzar las proclamas más feroces e incendiarias. A eso se le llamaba en Londres libertad de expresión, y Londres se enorgullecía de ello, pero el pasado sábado la ciudad de la niebla perdió su orgullo, no bien su Policía arrestó primero a esos seis ciudadanos, y, en el transcurso de la delirante función, a otros cincuenta y dos.
Es algo, ciertamente, que esperarías en Moscú, no en Londres, y después de esto ya se puede esperar en Londres, en el Londres del Brexit, de la nostalgia imperial y de las desigualdades crecientes, cualquier cosa. Glasgow, sin embargo, conservó su orgullo, y decenas de miles de escoceses antidinásticos salieron a la calle, a sus calles, que se resisten a ser las de Moscú.