Lo peor de una crisis sanitaria ganadera como la vivida en Castilla –La Mancha durante estos últimos doce meses son desde luego los daños que provoca y el roto causado en el patrimonio individual y colectivo, tal y como representa la pérdida de 50.000 animales. Pero indudablemente también, el miedo a que se repita la pesadilla.
Lo peor también es que la ruina impida a los más vulnerables levantarse del golpe y reanudar su actividad porque tienen pocas o ninguna alternativa. Y lo que es mucho peor es que cunda el pánico, se instale el desasosiego y el pesimismo entre los ganaderos y hundan su ánimo ante un futuro más frágil del que pensaron. En este sentido, quizás los precios históricos que perciben ahora por la leche de oveja y cabra sirvan de red para que puedan darse una nueva oportunidad aunque tengan que empezar de cero.
La falta de experiencia –en este caso- para manejar un virus invisible, desconocido, altamente contagioso por contacto de los animales o transmisión mediante los vehículos o el personal, o probablemente también el exceso de confianza en los movimientos entre cebaderos y explotaciones tras aparecer los primeros focos, favoreció su descontrol.
Porque si miramos hacia atrás, la primera infección, confirmada en la región por el Ministerio de Agricultura un 26 de septiembre en una explotación de Villaescusa de Haro (Cuenca), tras aparecer por primera vez en 55 años en Granada, estaba prácticamente controlada pocas semanas después del positivo. Hasta que en enero, la viruela volvió a dar la cara en otros centros de La Alberca de Záncara y Tébar, para seguir propagándose después por Alcázar de San Juan, en Ciudad Real, y saltar a Casas de Fernando Alonso, pese a la orden de inmovilización y confinamiento de todos los rebaños, así como la paralización de los cebaderos, cuando todo el mundo pensó que era ya casi imposible otro susto más.
Sin perder la perspectiva del daño ocasionado ni necesariamente tener que buscar culpables a estas alturas, toca por una parte agilizar el pago de las ayudas y ver si estas indemnizaciones han sido suficientes. De ahí que resulte interesante que la consejería de Agricultura mantenga sobre la mesa la posibilidad de sacar una subvención de mínimis para cubrir otros gastos, y otra línea para el lucro cesante que parece mucho más compleja.
En este sentido, es urgente diseñar un plan de prevención que proteja a todo el sector de una alerta semejante y que puede hacer perder a todo un país el estatus de exportación, por ejemplo. Máxime, ahora que España es la principal potencia productora de cordero desde que Reino Unido salió de Europa.
La recuperación del estatus libre de la enfermedad que Bruselas debe ratificar el próximo 9 de noviembre, debe analizarse como el resultado de un éxito colectivo. Pero desde luego, no quedarse ahí porque las amenazas siguen siendo las mismas, o incluso mayores teniendo en cuenta que el sector trabaja con esa movilidad y ese riesgo cada vez más elevado en este mercado global. Cada año aparecen nuevas enfermedades como hemos comprobado ahora con la Hemorrágica (EHE). Hay que recordar además que la viruela ovina y caprina es un problema endémico en los países árabes, y con muchos de ellos se comercia a diario.
Por eso es importante no dejar pasar más tiempo y que el olvido borre todo lo que se hizo bien, y sobre todo, lo que se hizo mal; es conveniente sentarse juntos para esbozar un protocolo que refleje lo que funcionó durante la crisis, y refuerce con medidas preventivas lo que fracasó. Alguno de los ganaderos más perjudicados por el sacrificio obligatorio que padecieron tienen posiblemente mucho que aportar. Sugieren ya por ejemplo que se instaure el crotal electrónico en todos los puntos críticos de movimiento, incluidos los cebaderos. Solo así se podrá hacer un verdadero cordón sanitario con una trazabilidad minuciosa ante el peligro, y evitar males mayores.