Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


El Rollo

17/09/2024

La empresa por recordar los lustros siendo vecino del pueblo, se presenta harto difícil y nebulosa. Para que no duerma en el olvido lo visto y oído en estos siglos, mi historia obligaría a algo más que una columna. Que aunque Rollo soy, y en ello me enorgullezco, no pretendo que mis cuitas sean tomadas como el nombre que me adorna. Sería menester hacinar muchas horas de lectura y escritura, para que el viento del tiempo no se llevara mis recuerdos. Todo aquello que vi y escuché……y lo que no puedo contar.
Unos dicen que me estrenaron un 12 de mayo de 1557, a la entrada del camino que trae de la cercana y romana Consuegra. Cuentan que me plantaron allí, para que los forasteros que llegaran a la Prima ab Origine Nostra, se anduvieran con ojo y apartaran sus malas intenciones para otros lares. Que en este, la ley era imperio y un servidor su fiel siervo.
Pocos saben lo que costé, que a estas alturas me es lioso echar cuentas. Si las hago, me sale que el pueblo recaudó en aquel citado año más de 150.000 reales para la Corona. En consideración y agradecimiento por la 'dádiva', Felipe II concedió a la localidad el título de Villa. Para recordar tal ocasión, y al igual que aconteció en otros grandes pueblos de aquella soberbia Castilla, me cincelaron manchego en todas mis estrías y capitel. De esa piedra labrada lucen los privilegios que gozo, que no son otros sino el distribuir justicia, disfrutar de la honradez de mis vecinos, y ser testigo pétreo de la universal crónica local.
Anduve muchos años, como digo, vigilando y protegiendo las lindes de esta Villa, envidada por ser en el tiempo cruce de caminos entre la imperial Toledo, la capital del Reino y los campos andaluces y levantinos. Fueron muchos los que elevaron respetuosos su mirada al verme. En ese trecho en el que mi presencia, se hacía más necesaria que arrogante. 
Conocí guerras de todo tipo, carlistas y civiles. También pestes, traiciones, incendios e invasiones. Más de todo sobreviví con la mejor de las lecciones. Fue lástima que algunos, en el Cádiz de La Pepa, quisieran mermar mis fortalezas al abolir los señoríos jurisdiccionales. «Los Ayuntamientos de todos los pueblos procederán por sí, y sin causar perjuicio alguno, a quitar y demoler todos los signos de vasallaje que hay en sus entradas, casas capitulares o cualquiera de otros sitios, puesto que los pueblos de la Nación Española no reconocen ni reconocerán jamás otro señorío que el de la nación misma, y que su noble orgullo no sufrirá tener a la vista un recuerdo continuo de su humillación», se dijo en la Tacita de Plata y casi no lo cuento.
A finales del siglo pasado, vinieron a por mí y me dije: «a la picota vas, viejo Rollo». No fue así. El destino me reservaba un lugar para ejercer mis años canosos, rodeado de árboles en pleno centro del Centro Geodésico. Ahora disfruto contemplando a niños y ancianos pasear por la plaza, y cobijo con mi sombra a mi amigo Fray Melchor de Prego Cano.
Aquí sigo, y seguiré, como hay Dios. Hay rollo para rato.

ARCHIVADO EN: Consuegra, Incendios, Toledo