Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


La helada

10/12/2024

En estos días de diciembre, el invierno ultima su carta de presentación. La escribe con letras gélidas, sobre el frío folio de la noche, y la consigna con un fino timbre de escarcha. Cubre con su helado aliento el camino postal, para que nadie olvide las señas del remitente. Nos envía, de madrugada, su bruma más helada para recordarnos su inevitable presencia.
Esa helada sobrecoge lugares y tiempos. Congela y petrifica el pasado, y lo sepulta en el presente. A veces, esa emisaria se acompaña con la muerte, que inverniza corazones y ahoga las voces antaño amigas. Esas que vivieron entre nosotros y formaron parte de nuestra vida. Con su guadaña, cincela sepulturas de hielo en la memoria.
La muerte de un amigo, hallada en este buzón invernal, es un navajazo de siete muelles. Una faca despiadada con lúgubre matasellos. Un hierro mortal que desgarra el tiempo y abre en canal los recuerdos. Se clava traicionera, sin avisar, aunque la esquela del obituario ya estuviera escrita y leída mucho tiempo atrás.
La muerte de un amigo es fría, como la helada que se lo lleva. Graba en negro las aterradoras horas de una cruel mañana de poda. Encoge el corazón, y lo inunda de preguntas sin respuestas. De reproches inútiles y etéreos, evaporados en un graciano callejón. Queda el vacío y la tristeza, tatuados en la piel como una cicatriz perpetua. Como tantas otras que dan relieve al mapa de nuestra existencia. Esa cicatriz nos recuerda lo que fuimos, y por qué dejamos de serlo.
El relente de la noche cubre, otra vez, ese pueblo manchego con su invernal manto. Sus calles, sus esquinas, sus plazas y plazoletas apenas se dejan ver, una vez más, por la gélida neblina nocturna. Cala con su frígido aliento recuerdos y conciencias. Se agarra al tuétano de una memoria convertida en plató de imágenes en blanco y negro. Al entornar los ojos, los planos de la vida se proyectan en esa nebulosa pantalla, y el pueblo se convierte en un escenario donde muchos de nuestros actores, ya no están. Solo vemos -y hablamos-, con sus recuerdos.
Hoy he paseado por alguna de esos planos del pueblo y te he reconocido, viejo amigo. Estabas bien encuadrado. Sentado en tu lugar preferido de la plaza, cerca de los caños, y lucías tu traje de juventud. Nos hemos saludado y reído, como hacíamos en los años en los que nada podría romper nuestra amistad. O al menos, así creíamos. 
Nos hemos despedido, y he quedado en saludarte siempre que vaya a la plaza, o suba por la calle San Francisco. Estaré encantado, como siempre, en escuchar tus historias. Las de verdad, y las que fabulabas con tanto ingenio. Te he visto esta madrugada, y también a otros con los que compartimos ilusiones y juventud. El hielo de la noche, mortal espejo, reclamó vuestra imagen y os subió en su trineo sin billete de vuelta. 
Tu cálido recuerdo, amigo, aún no se lo ha llevado. Ni el de todos los que nos robó la helada.

ARCHIVADO EN: Calle San Francisco