Las cifras refieren un impacto superior al del año pasado, que fue de 320 millones de euros. No está mal como aportación de la Semana del Orgullo LGTBI a la economía de la capital de España. Sin embargo, habría que descontar las facturas pagadas con dinero público. Pensemos en los gastos exigidos en seguridad, limpieza, atención sanitaria, cortes del tráfico, etc., para hacer posible un año más esta bulliciosa fiesta de la libertad y el respeto a la orientación sexual de cada uno o una.
Si lo que pretendía la letra y el espíritu de la convocatoria ("Orgullo que transforma") era insistir en la "visibilidad", hemos de reconocer que lo han conseguido con creces. Visibilidad al borde del hartazgo. Hasta el punto de suscitar efectos contrarios entre los millones de personas que respetan la diversidad de las personas en materia de orientación sexual, pero constatan que los excesos nunca son saludables para nadie.
Cincuenta y una carrozas en la gran marcha del sábado pasado en el centro de Madrid (manifestación estatal con notoria presencia de personas procedentes de todo el mundo). Toneladas de carne acicalada en recreativa exhibición pública desde el miércoles hasta al domingo, dentro y fuera del original recinto del barrio de Chueca. Pero, asimismo, toneladas de residuos (casi 500 Tm de basura recogidas por las brigadas municipales de limpieza) y más de seis mil agentes nacionales y municipales movilizados para mantener la seguridad en las calles.
Puestos a dar la nota con la sobreactuación en cualquier orden de la vida, hay quien dice que los excesos en las celebraciones del Orgullo 2024 en Madrid acabaran generando un día del orgullo "hetero" o fiesta de la masculinidad. No es para tanto, pero el que suscribe entiende que la tormenta de frases hechas sobre el fenómeno de la diversidad sexual, presuntamente amenazada por discursos homofóbicos, están exagerando el riesgo de volver a las andadas de aversión al "diferente".
Por suerte, los avances de la sociedad española en materia de respeto a la orientación sexual de las personas están firmemente instalados en el Boletín Oficial del Estado (matrimonio homosexual, identidad de género, igualdad, ley "trans", etc). Por tanto, carece de sentido la voz de alarma en boca de la ministra de Igualdad, Ana Redo: "No vamos a consentir que nos devuelvan al armario".
Pero, claro, a la ministra habría que recordarle que en los distintos armarios de la vida se amontonan las renuncias, las frustraciones, los impulsos reprimidos y los deseos inconfesables de la gente. Cada vez menos por razones de identidad sexual, al menos en nuestro país, y cada vez más por otras razones que tienen que ver con la supervivencia, como el drama migratorio, por ejemplo. O, por ir a magnitudes similares, con la diversidad ideológica, racial o religiosa, que cursan mucho más discretamente.