La naturaleza, cuando golpea, golpea duro. La naturaleza, cuando se pone brava, es imparable. No hay quien detenga la devastación que deja a su paso, la muerte. Valencia y Levante entero , Andalucía, La Mancha, conocen bien la fuerza con la que se manifiesta, y aunque las nuevas tecnologías logran prever su llegada, todavía es imposible fijar la hora exacta, cuáles son los límites territoriales en los que actúa … y la fuerza con la que llega.
España vive, conmocionada, el alcance de una tragedia que ha dejado a su población en un estado de dolor continuado, de estupefacción por la gravedad de las noticias. Docenas de fallecidos, un número indeterminado de desaparecidos, que podrían ser centenares. Las imágenes, las declaraciones de los afectados, los familiares de los desaparecidos, de los muertos, de quienes buscan desesperadamente a quienes probablemente se encuentren dentro de coches medio enterrados en el barro son impactantes, conmovedoras. El dolor en estado puro. Son días de desesperación pero también de milagros, con personas que no confiaban ya en salvar la vida después de horas de clamar ayuda y que sin embargo vieron llegar a sus salvadores.
Nunca en Valencia se vivió una tragedia de tal magnitud, siempre tenían en el recuerdo el desmoronamiento de la presa de Tous en 1982, un referente en su historia de tragedias. En esta ocasión, las víctimas mortales se multiplican por mucho, y lo desesperante, es que esta dana, con sus lluvias torrenciales e inacabables, tifones, huracanes, tornados y todos los elementos más dañinos de la meteorología, se van a cebar en otras regiones españoles, en un recorrido mortal jamás visto hasta ahora en nuestro país.
El Rey, desde la base canaria de Gando, donde se encontraba, se ha puesto en contacto con las autoridades nacionales, autonómicas y municipales y con los responsables de los servicios de asistencia; no solo les ha agradecido su trabajo sino que ha pronunciado palabras de condolencia para los miles de afectados que han perdido familiares y amigos, patrimonio, negocios y toda esperanza de encontrar a sus desaparecidos. Las imágenes encogen el alma, apenas se abre paso la esperanza.
Toda España ha quedado amedrentada, conmocionada, por una tragedia de proporciones desconocidas. Y toda España se duele con las víctimas mortales, imposible de cuantificar a la hora de escribir estas líneas, pero que desgraciadamente se van incrementando a medida que pasan las horas.
Queda sin embargo el orgullo de comprobar la energía con la que reacciona español ante una situación de devastación. Ha sido ejemplar el comportamiento de amigos y vecinos, su capacidad de echar manos donde se necesitaban. Hay que felicitarse por la solidaridad, por la ayuda desinteresada de todo el mundo. Y por encima de todo, agradecer la profesionalidad y el apoyo emocional de la UME, bomberos, guardia civil, protección civil, servicios médicos y sanitarios, policía nacional y municipal.
España, cuando se enfrenta a una tragedia, se moviliza como nadie. Sin horas, sin descanso, sin parar mientras quede una sola persona por auxiliar, mientras haya llamadas de auxilio, mientras los helicópteros sigan viendo personas en tejados, en una ventana, o se produzcan llamadas desde los móviles de personas encerradas en sus coches inundados, embarrados, sin posibilidad de salir.
Todos ellos merecen gracias infinitas por estar donde deben estar, sin desfallecer.