Es posible que con el ruido y las concentraciones de los últimos días nadie se haya percatado de que los españoles vamos a estar, a partir de la aprobación de una nueva ley de amnistía, más unidos que nunca. Así lo anunció Pedro Sánchez el domingo, en un acto multitudinario de reafirmación socialista y de aclamación al líder. Sin inmutarse, como si tal cosa.
En medio del ondear de banderas rojigualdas, ante un público entregado, el mismo Sánchez que propuso levantar un muro contra la derecha reaccionaria – en la que incluye, por supuesto, al PP de Feijóo – declaró sentirse ahora partidario de avanzar por los caminos de la unidad y del entendimiento. En una de sus múltiples rectificaciones y cambios de opinión, ha caído en la cuenta de lo complicado que resulta gobernar contra esa otra media España que le llama traidor y sinvergüenza – por no decir adjetivos más gruesos – en actos de protesta multitudinarios.
Antes de que Sánchez manifestara este nuevo cambio de opinión, el expresidente y compañero de partido, Zapatero, volvía a pronosticar – esperemos que ahora con más fortuna que cuando dijo que el nuevo Estatut sería mano de santo para devolver a los independentistas al redil – que España se va a unir cada día más con Cataluña y también los catalanes entre sí.
En estos mundos de Jupi nos movemos, mientras esperamos con impaciencia la llegada de la primavera y, con ella, la gloriosa venida de Puigdemont a su querida España. Con el recibimiento que merece, a cambio de la mano tendida y del discurso de unidad y concordia que tanta falta nos hace, aunque no lleve implícito el más mínimo gesto de arrepentimiento.
Zapatero, el mismo que apostó decidida y deliberadamente por Susana Díaz como secretaria general del PSOE en lugar de Sánchez, y que tampoco veía crisis económica por ningún lado hasta que le llamaron al orden desde Europa, ha llegado ahora a la conclusión de que la amnistía es el mejor placebo. No, ya no es una exigencia de los independentistas, sino una medida terapéutica generosa y necesaria para que los españoles vivamos, a partir de ahora, más contentos, más felices y más unidos que nunca.
A la vista de estos discursos y de estas argumentaciones, sólo cabe pensar dos cosas: o que detrás de todo ello subyace la convicción de que somos tontos, y que existe una ciudadanía dispuesta a considerar al pulpo como animal de compañía, o que Sánchez – y en este caso también Zapatero – confunde los deseos con la realidad.
El presidente, en un supuesto ataque de ingenuidad preocupante, confía en la retirada del independentismo a sus cuarteles de invierno. Alguien le ha dicho que hasta podría ganar el PSC las próximas elecciones en Cataluña, con mayoría suficiente, si continúa perseverando en la actual política de comprensión y acercamiento a los encausados por incumplimiento de la legalidad vigente. En definitiva, por ser unos delincuentes.
Mientras tanto, las banderas españolas vuelven a ondear en las concentraciones de la izquierda y la derecha. Algo es algo.