El transporte de animales vivos por carretera representa para la economía agropecuaria de Europa una de las principales soluciones para el autoabastecimiento cárnico entre los Estados Miembros, y el mejor reflejo del principio de mercado único que da sentido también al proyecto comunitario desde un plano alimentario.
Es solo un ejemplo de tantas actividades basadas en el libre intercambio comercial interno que reduce así la dependencia exterior y hace que la balanza comercial arroje superávit, frente al peso de las importaciones de terceros países. Y esto, deben conocerlo los consumidores y la opinión pública porque detrás de una estructura productiva como esta, hay también empleo en las zonas rurales y urbanas, y economía familiar cuyo futuro depende de que todo funcione.
De esta manera, cuando vamos al mercado debemos saber que todo lo que tenemos a nuestro alcance no siempre viene de una granja de Castilla-La Mancha, Segovia, Vic o Lorca, sino que hay un trasiego de animales que se crían, se ceban, allí o aquí, pero que puede que se sacrifiquen en algún otro país, lo que nos garantiza llegar hasta la bandeja de filetes en cualquier momento del año, sin interrupción de la cadena, cada vez más profesionalizada y respetuosa con el bienestar animal. Otra cosa es que después, gracias a una exigente normativa de etiquetado, elijamos qué comer y el origen que preferimos en la sartén.
Este próximo miércoles podría presentarse ante el Colegio de Comisarios el texto de un nuevo reglamento que busca reducir los tiempos de los movimientos intracomunitarios ganaderos desde las veinticuatro horas actuales, a un máximo de nueve para el conjunto de las cabañas, a excepción de la avicultura y el porcino que tendrían once. Cierto es que el borrador que se ha filtrado estos días con toda la intención, contempla algunas excepciones, lo que no ha representado mucho alivio para las principales asociaciones españolas que ven con mucha preocupación otro precepto para forzar, por ejemplo, un transporte nocturno general, cuando las temperaturas superen los treinta grados.
El gran problema que acusan asociaciones como Anprogapor -que representa a los productores de carne de porcino-, o a la de Asoprovac del vacuno de carne, es que esa futura regulación rompe el principio más elemental de acceso a los mercados, al dificultar el tránsito de mercancías desde países periféricos de Europa como es el caso de España, o de regiones como la nuestra.
Creen que hacer tabla rasa pensando solamente en una supuesta mejora del bienestar animal es descuidar el derecho básico de igualdad entre socios. Así por ejemplo, un comercializador belga o alemán, estará en una situación de ventaja para mover la carga a puntos céntricos de Europa.
Por lo tanto, si los argumentos son tan claros, no queda otra que defender la viabilidad del actual sistema ante los órganos que diseñan los nuevos planes, en este caso la Dirección General de Salud, fundamentalmente. Y aunque el margen de negociación es reducido por las inminentes elecciones al Parlamento Europeo de junio, es evidente que el nuevo plan podría no quedar en un cajón, por la presión de algunos lobbies, según sea también el resultado de los comicios.
El sector debe rearmar su discurso y reescribir el relato de lo que ya hace bien en favor del bienestar animal, y divulgarlo para que se entienda. De poco sirve que en las etiquetas de sus procesados estampe todos los sellos oficiales de calidad y cumplimiento de normativas de sostenibilidad, huella de carbono, o economía circular, si el destinatario final, el consumidor ignora que se cumplen. Por eso, ante la preocupación creciente que manifiesta por una alimentación saludable y respetuosa con el entorno, hay una gran oportunidad para contárselo.