Es la segunda vez que he estado en Melilla. Han pasado 20 años desde que la visité por primera vez. Ya entonces me encantaron los edificios modernistas que se desplegaban por toda la ciudad, sus parques, la diversidad de culturas que en su escasa superficie de unos 12 kms cuadrados, se acoge. Muchas cosas han pasado desde entonces en esta ciudad, la pandemia supuso el cierre de fronteras con Marruecos, cierre que aún se mantiene, habiendo cortado el comercio entre la ciudad y su entorno. Es obvio que Marruecos quiere estrangular la economía de Melillla, al igual que la de Ceuta, para hacer caer la actividad y reducir la población de estas plazas. Y los melillenses quieren seguir viviendo en su ciudad. Pero ves la inversión que Marruecos hace en su entorno, el crecimiento del puerto de la antigua Nador, urbanizaciones, polígonos industriales. Queda claro que, mientras dudas si el Gobierno de España tiene un proyecto para que Ceuta y Melilla  sigan siendo españolas, Marruecos juega en un tablero en el que controla las fichas y las sabe mover.  Es evidente que todo apunta a que se deberán fijar unas nuevas reglas de juego, pero también lo es que, en los últimos años, España no está sabiendo jugar sus bazas. De momento, con la escasa o nula información que la opinión pública tiene, las medidas que el Gobierno adopta en todo lo que tiene relación con Marruecos, es de cesión en todo lo que pide, sin contrapartida alguna y sin explicación que justifique el tipo de decisiones que se adoptan, ni él por qué no se actúa ante acciones del Gobierno marroquí. Vuelvo de Melilla con una sensación agridulce. Es una ciudad que tiene mucho que enseñar de sí misma y de episodios importantes de la historia de España, pero mucho me temo que queda poco tiempo para que quede algo de español en estos territorios. Estamos abandonando a los melillenses y creo que deberíamos hacer algo para apoyarles, aunque no sea más que hablando de este problema para recibir explicaciones de esta dejadez por parte del Gobierno.