Realmente debería haber titulado esta columna Apoteosis de escultura barroca, porque eso es lo que se está produciendo estos días en España, por la coincidencia de una serie de extraordinarias exposiciones sobre escultores de nuestro espléndido Barroco. Dos en Valladolid y otra en Madrid, en el Museo del Prado, ofreciendo la oportunidad de adentrarse en uno de los periodos más fecundos del arte español. Las tres de una calidad inigualable. La más cercana, la que se puede contemplar tras un corto viaje en tren a Madrid, lleva el título Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro; las vallisoletanas, una en la Catedral y otra en el Museo Nacional de Escultura, se denominan respectivamente Gregorio Fernández. Martínez Montañés. El arte nuevo de hacer imágenes y Luisa Roldán. Escultora real.
No sabría cuál escoger de las tres. Visitándolas me han impactado todas. La del Prado nos permite analizar la interrelación entre pintura y escultura, pues aquella era parte esencial del proceso de elaboración escultórica durante el barroco español, cuyo material primordial era la madera; una interacción que comenzó en el mundo clásico, donde la escultura, como hoy sabemos bien, era policromada y así se nos muestra en una magnífica Venus, en mármol policromado, procedente de Pompeya, con la que se abre la exposición. La selección de obras de algunos de los mejores artistas del Siglo de Oro es magnífica, desde Gregorio Fernández a Salzillo –ya en el siglo XVIII-, pasando por Luis Salvador Carmona, Pedro de Mena o Alonso Cano, entre otros, junto a pintores, como Luca Giordano, José de Ribera o Juan Carreño de Miranda.
Las dos de Valladolid no se quedan atrás. La de la Catedral ofrece un interesante diálogo entre dos genios del siglo XVII, uno de la escuela castellana, Gregorio Fernández, y otro de la andaluza, Juan Martínez Montañés. Un diálogo que se expresa en las obras sobre el mismo asunto de ambos que se exponen juntas, permitiendo contemplar semejanzas y diferencias, distribuidas en diversos ámbitos que recogen las grandes temáticas del arte de la Reforma católica, tras la celebración del Concilio de Trento, como la exaltación del culto mariano y de los santos y los grandes pasos escultóricos de Semana Santa. Exquisito es el San Gabriel Arcángel de Fernández, que remite iconográficamente al Mercurio de Giambologna.
La exposición sobre Luisa Roldán, la Roldana, es deliciosa. Un acto de justicia que pone en su lugar a una artista de primerísima calidad, que logró el reconocimiento de escultora de cámara de Carlos II y de Felipe V, pero que había sido arrinconada en la historia del Arte. Las piezas expuestas nos hablan de un arte exquisito, tanto en las pequeñas esculturas en barro cocido y policromado –bellísima la Virgen con el Niño o las delicadas figuras del Belén- como las de gran tamaño –Gestas y San Dimas-, que nos muestran su maestría.
Un verdadero regalo para el espíritu.