«Te has marchado en la plenitud de tus 104 años recién cumplidos. Llena de ilusión por vivir, incluso soñando con poder ver la comunión de tu bisnieto. Rodeada del cariño de tu familia, de tus vecinos del barrio de Santo Tomé, de tanta gente que te conocía y apreciaba. Siempre afable, simpática, extrovertida, generosa, luchadora. Trabajadora infatigable, aún pensabas en hacerme otra bufanda de punto.
Naciste en una España pobre, atrasada, donde para sobrevivir había que trabajar duro, en esa Extremadura que siempre has llevado en el corazón, ser extremeña era tu mayor orgullo. De tu niñez recordabas el haberte escapado de la escuela para ver al rey Alfonso XIII pasar por tu pueblo, El Casar de Cáceres. Y el nombre de tu maestra. Creciste bajo la dictadura de Primo de Rivera, maduraste durante los complejos años de la Segunda República, en los que cantabas esas coplas que un día me enseñaste, sobre Manuel Azaña y Alcalá Zamora. Luego vino la guerra civil, con aquella carrera desde Cáceres con tu madre Luisa, durante un bombardeo. Después la dura posguerra, con los años del hambre. Tuviste, con tu marido Emiliano y tus hijas, que abandonar tu tierra y emigrar a Asturias, donde creció la familia, y luego a Toledo.
Toledo ha sido tu segunda patria, desde que llegaste hace sesenta años. Trabajaste duro. Las salas del Museo del Greco conocieron tu labor de limpieza; fue allí, cuando me llevabas contigo los viernes, en mi niñez, donde nació mi pasión por el arte. Fuiste capaz de corregir, en una ocasión, a Salvador Dalí. Cuando al cumplir cien años volviste al Museo, podías indicar cómo era antes de la reforma, dónde se encontraba cada cuadro, incluso, con esa sinceridad pasmosa que tenías, decir lo que no te gustaba.
Has viajado mucho. Tu corazón se quedó en Tierra Santa, cuando peregrinaste con 84 años. Conociste Roma. Recorriste España y te encantaba ir a Fátima, donde regresaste con 97 años. Pero tu pasión era Guadalupe; allí ibas cada año, hasta los 103. Esta última vez, a pesar de tus piernas ya cansadas, subiste de nuevo al camarín, y allí, entre la belleza barroca de Luca Giordano, veneraste con entrañable amor a la Virgen morena de las Villuercas, que te acompaña en tu último viaje a la eternidad. Todos los días, al entrar en la parroquia de Santo Tomé, lo primero que hacías era ir a rezar ante su imagen.
Has conocido la monarquía liberal de la Restauración, la Segunda República, el franquismo, la democracia. Tres reyes, nueve papas. Te llamaban 'la reina', por Victoria Eugenia de Battenberg.
Has sembrado y cosechado cariño. Eres parte inolvidable del barrio de Santo Tomé. Protagonista entrañable de la pequeña historia toledana.
No sabes el vacío que dejas. Sólo puedo decir Te Deum laudamos por tu amor y entrega».
A mi abuela Ángela Lucido Andrada (El Casar de Cáceres, 1920-Toledo, 2025).