Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


Con un par

09/04/2024

Perdone que me presente así, con un par. Guiado por la intención de dulcificar la columna, y con permiso de quien la firma, quiero aportar mis credenciales antes del próximo uno de mayo. Una fecha de gran algarabía y júbilo en las sierras. Jornada en la que me multiplico en las mesas para saciar los estómagos y almas de los romeros de la Virgen de Valdehierro. Una advocación -ha de saber-, que honran año tras año los amigos y vecinos del centro geodésico peninsular, en plena mancha toledana. Ahí es nada. De esa romería, y de la patrona de esa ilustre Villa, les hablarán próximamente en este espacio tipográfico. Ahora, como le digo, lo que toca es presentarme para que disfrute de mi textura y sabor. Solo, o acompañado, que yo en eso nunca me meto.
La Real Academia dice de mí que soy una «rosca o torta guarnecida de huevos que se cuecen juntamente con ella en el horno», o bien como «agasajo que en algunos lugares hacían los vecinos al predicador que habían tenido en la Cuaresma, el día de Pascua, después del sermón de gracias». Si me definen así, respondo con gentileza y gratitud. Sin más migas.
Mi origen, casi con seguridad, procede de tiempos de escasez. Pero sobre todo de ingenio. Es de creer que mi nacimiento se lo deba a este último atributo, muy propio de los pastores. Se llevaban un pan enriquecido con chacinas de la tierra, o huevos duros, que se mantenía en buen estado de conservación durante varios días. Los pastores pasaban días enteros en el campo y necesitaban una comida que fuera contundente. En Salamanca y Ávila tengo a mis hermanos, muy dados a embutirse de carne. En Cuenca me rellenan de lomo, longaniza, huevos y morcilla. En tierras albaceteñas, me nutren de huevos, chorizo, sardina y pimiento.
En estos lares manchegos se me conoce por mi dulzura y esponjosidad. Pero sobre todo por mis huevos. El propio Cervantes tuvo conocimiento de mi existencia, y dejó constancia de mi presencia en su inmortal libro: «El bachiller se ofreció a escribir a Teresa de la respuesta, pero ella no quiso que el bachiller se metiese en sus cosas, que le tenía por algo burlón, y, así, dio un bollo con dos huevos a un monaguillo que sabía escribir, el cual escribió dos cartas, una para su marido y otra para la duquesa». Cervantes dixit.
A pesar de mis huevos -y de la gentileza del azúcar que me acompaña-, no soy el rey de la repostería. No nací con esa intención, ni lo pretendo. Pero si quiero reivindicarme como joya gastronómica manchega cum laude. A estas alturas de la columna, ya sabrá que me conocen como Don Hornazo de La Mancha, y a tal nombre respondo. Salí del horno para saciar el hambre de antaño. Hogaño para que los que me disfrutan, se sientan aún más orgullosos de su tierra.
Me permito abandonarlo en estas líneas con una recomendación. Retírese de quien, agraciado con uno de mis huevos, le mira de manera pícara y burlona. Ya sabe usted, cada pueblo tiene su costumbre. No diga que no le han avisado.