Los avales y rechazos a la oferta del Gobierno para flexibilizar la PAC, reforzar la labor inspectora en la cadena alimentaria, la supervisión en las aduanas y otras medidas descritas en las 43 del documento final de Luis Planas, han dejado en evidencia la propia unidad de acción con la que se había trabajado hasta ahora para intentar cerrar el mejor acuerdo y despejar algunos fantasmas.
La firma en solitario y por sorpresa de la Unión de Pequeños Agricultores (UPA), el pasado miércoles tras el consejo asesor de la Cadena Alimentaria, y la nunca imaginada adhesión al acuerdo de la Unión de Uniones, la organización más beligerante y crítica contra el Gobierno, protagonista de la tractorada más caótica en Madrid (21F) aunque multitudinaria, han dejado a cuadros a propios y extraños.
Durante las protestas había surgido un ruido metálico, chirriante, permanente y preocupante que amagaba con gripar el motor de la representatividad agraria oficialmente reconocida, y que venía supuestamente de las profundidades del chasis de algunos de esos tractores a cuyas cabinas se habían encaramado aquel 6 de febrero polémicos mesías y nuevos libertadores de nuestro campo, algunos de ellos no precisamente de esa España que madruga en el terruño.
Cierto es que en un primer momento lograron agitar el whastasapp con una espontánea organización que después continuó sola, con el impulso y la inercia del orgullo rural individual, colectivo, legítimo e imparable, que consiguió mantener en alto durante dos meses el mensaje de hartazgo ante una opinión pública comprensiva y complaciente, como reflejó la encuesta del CIS.
De hecho, frente al 'interés espúreo' por desestabilizar y desacreditar la interlocución agraria, como dijo Luis Planas, se reaccionó desde el MAPA convocando rápidamente a las organizaciones agrarias, Asaja, Upa, y Coag para visibilizar con quién se hablaba y con quién se solucionarían las cosas, incidiendo siempre el valor de la unidad.
Y así se esbozó la primera oferta en un borrador de 18 medidas que el Ministro defendió hasta el último punto, y que pocos días después amplió a 43 mientras autorizaba a las comunidades autónomas a regular la flexibilidad en la PAC que el consejo de Agricultura de Bruselas había ratificado el 26 de marzo. En todas esas comparecencias dejó caer que la ambición de la propuesta haría poco probable su rechazo.
Sin embargo, lo que nadie intuyó, ni la primera organización firmante, UPA, ni Asaja y Coag que el viernes rehusaron avalarlo, fue el golpe de efecto que vendría con la fotografía de Unión de Uniones y un Luis Cortés, coordinador general, no especialmente incómodo ante las cámaras después de sus arengas y acalorados discursos en las protestas. Pena que no se admitieran preguntas (tampoco en la firma de UPA) tras la breve explicación de los intervinientes, quizás para minimizar riesgos de una descontrolada verborrea.
En este sentido, el escenario que abre ahora dicha instantánea para los integrantes del consejo asesor agrario es, como poco, inquietante, aunque el Ministerio ya ha dicho que creará una mesa de trabajo para supervisar el cumplimiento de los compromisos.
Visto el resultado, quizás se habían generado muchas expectativas con esa posible 'foto finish' de unidad que -es verdad- Asaja tenía difícil de lograr internamente (37 provincias votaron no en su consulta del viernes y solo 2 a favor), o quizás las presión del calendario electoral y algunas prisas han jugado en contra de la mejor voluntad de entendimiento de todas las partes, incluida la del Ministerio, ya que reconocen avances, aunque 'insuficientes'.
De hecho, la Coag pasó en horas de un casi sí, al enfado monumental cuando Planas reiteró en el Senado su compromiso para actualizar los mecanismos de representatividad agraria. En su comunicado aseguraron que se ha perdido la confianza.
Y fue ahí, contra todo pronóstico, cuando Cortés y su cúpula aceptaron la perfomance para disgusto y decepción, por cierto, de tantos que en la Unión habían confiado.