Esta noche es la Nit de la Cremá. Como bien sabe el lector, todo un derroche de sonido, luz y color que pone fin a las Fallas. Un espectáculo único e inigualable, cargado de arte efímero y volátil que convierte a las calles de Valencia en el escenario al que mira toda España. Telón que cae con olor a pólvora, amenizado con la majestuosidad de su música fallera.
Esta noche arderán más de 800 monumentos. Porque así hay que llamarlos, monumentos y falleros. Esculturas cargadas de ironía, sátira y humor condenadas a convertirse en ceniza en cuestión de minutos. Las manos de los maestros falleros saben -incluso desde su concepción-, que su obra nacerá para ser admirada mientras espera su fin. Como una metafórica pira de la propia existencia. Todo aquello que nos ha hecho sonreír, emocionarnos o incluso sentir vergüenza, reducido a pavesa por la purificación de una hoguera.
En la fallas de este año, además de los ninots, habría mucho más que quemar. Hay quienes estarían deseando esta noche lanzar al fuego fallero el Código Penal porque, sencillamente, se ha convertido en un obstáculo para sus intenciones y objetivos políticos. Argumentan por lo bajini que ya no les vale. Que está obsoleto, y que no sirve ni para adornar su supuesta biblioteca. Si es que la han tenido alguna vez.
Otros, directamente, lanzarían esta noche al fuego la Constitución para verla arder lentamente. En concreto, algunos de sus articulados más importantes, como el referente a la unidad e integridad territorial de España, y el de la igualdad de los españoles. Es fácil imaginar sus rostros transfigurados contemplando ese espectáculo fallero. Semblantes extasiados al ver como las hojas achicharradas de la Carta Magna suben al cielo, mientras danzan alrededor de la pira. Embriagados por la visión de ese fuego fatuo, entonarían jubilosos sus primitivas canciones de trinchera, cargadas de ideología radical. Las brujas de Macbeth o de Zugarramurdi, serían angelicales Barbies a su lado.
Afortunadamente, la cremá de esta noche podría alimentarse de otra manera, y no precisamente de libros. Como elemento purificador, el fuego quemaría y reduciría a cenizas todas las mentiras inflamables que hemos escuchado y leído este último año. Aquellos verbalizados por los embaucadores del «donde dije digo, digo Diego» producirían una combustión magnífica. Una técnica diabólica para engatusar a votantes y electores, y que tan buenos réditos ha proporcionado últimamente.
La corrupción, especialmente la política, debería ser la primera falla en arder esta noche. En los últimos tiempos ha crecido de manera sibilina, sigilosa y sin escrúpulos, hasta alcanzar una altura inimaginable y terrorífica en nuestra democracia. Tan alta y laboriosa ha llegado a ser esta falla de nuestro sistema, que quienes la diseñaron no la han podido disimular y esconder por más tiempo.
En el fuego de dentro de unas horas, en definitiva, deberían arder todas aquellas pesadillas que nos envuelven. Esas que nos atormentan y amenazan de manera colectiva, con sus artimañas de ingeniería social. El sueño de libertad e igualdad, y la fuerza para luchar por ellos, debiera ser el único ninot salvado del fuego en la Cremá de esta Nit.