Dice Stefan Zweig en su libro 'El mundo de ayer. Memorias de un europeo' que, a fines del siglo XIX, se producía algo que hoy resultaría increíble: la juventud constituía un obstáculo para cualquier carrera mientras que la vejez resultaba una ventaja insuperable, a diferencia de la época actual en la que la juventud y la energía son cualidades que ayudan al individuo en su esfuerzo hacia el ascenso.
No creo que tenga razón el ensayista Pascal Bruckner cuando sostiene en 'Un instante infinito' que hoy nos encontramos con que la ciencia y las mejoras en las condiciones de vida (alimentación, salubridad…) han prolongado no la vida sino la vejez porque, en realidad, aunque se incremente el tiempo que vivimos con merma natural de algunas condiciones físicas, también aumentan los años de vida en plenitud de capacidades intelectuales. Por eso, hay personas que consideran que la jubilación les llega pronto y desean aplazarla continuando su actividad profesional.
Es lo que pasa con los académicos que quisieran ser eméritos porque todavía pueden aportar mucho en orientación docente y, especialmente, en investigación pues su conocimiento y experiencia acumulados les hacen idóneos para guiar a investigadores más jóvenes al saber intuir, ver o anticipar cuáles son los problemas que hay que estudiar y cómo abordarlos para darles una respuesta sin que ello les exija estar de forma agotadora y permanente en el laboratorio desarrollando experimentos, o haciendo trabajos de campo o en el despacho leyendo agotadoramente todas las monografías y artículos científicos publicados sobre esas cuestiones a investigar.
Pero también hay muchos funcionarios no profesores sino técnicos y gestores con aptitudes y actitud para seguir desarrollando sus funciones y que querrían seguir en activo antes de pasar ya a esa situación que el lenguaje burocrático, tan frío e insensible, denomina con la expresión de 'clases pasivas', sintagma que desliza una connotación negativa al evocar la indolencia, abulia, inmovilidad.
Por ello, los poderes públicos y el ordenamiento jurídico prevén, e incluso promueven con incentivos, el retraso en la jubilación porque la permanencia en el puesto que viene desempeñando quien ha cumplido la edad reglamentada no necesariamente supone cerrar el paso a otros cuando la Administración de la que se trate dispone de medios presupuestarios suficientes y, además, se precisa de más recursos humanos para gestionar unas organizaciones que tienen cada vez una mayor complejidad y han de abordar retos exigentes. De ahí que esa posible dilatación temporal hasta alcanzar el estado de jubilado puede ser beneficioso para la entidad que cuenta con un 'activo' activo como también para el individuo que gradúa el tránsito entre esas dos posiciones extremas cuando la edad que refleja el DNI no le impide disponer de plenas capacidades intelectuales.
Sin embargo, a veces quien desea difuminar la frontera entre esas dos etapas de su vida profesional se encuentra con alguien que recuerda un viejo conflicto, real o imaginado con el interesado en prolongar la situación de activo o que se considera agraviado o envidioso por la prórroga, vete a saber por qué, y que piensa: ¿cómo es que éste quiere continuar?, lo que tiene que hacer es jubilarse e irse a su casa.
Jubilatio o jubilatus significa canto alegre, júbilo, gozo, aclamación; es decir, pasar a la situación administrativa de jubilado es algo que debería aparejar satisfacción, por eso es difícil entender que alguien asuma esa condición con alegría cuando es consecuencia de decisiones que, adoptadas sobre motivos no claros, perjudican al interesado y simultáneamente a la institución.