En pleno lunes cibernético, que viene a ser el día mundial de la ansiedad y enajenamiento mental de compras por internet, fecha estratégicamente calendarizada al segundo siguiente del Día de Acción de Gracias, efeméride que celebra la recogida de la cosecha, aunque me temo que su verdadero origen es un sórdido y poco edificante episodio colonial norteamericano, se festeja también, el Día Mundial de los Futuros, cuyo genial penúltimo lema fue: «Construyendo sociedades inclusivas y resilientes».
Esta inquietante efeméride suena a pretexto para reunir a referentes de opinión, tipos que con sus frases lapidarias configuran el mapa mental de nuestra forma de pensar y necesitar, y profesionales ejecutores, para intercambiar y compartir ideas y proyecciones sobre las perspectivas de futuro.
Dicho en lenguaje sin gluten, una invitación abierta de reflexión sobre amenazas y oportunidades del ser humano, opciones de desarrollar sus capacidades y abordar retos, garantizando el desarrollo sostenible para las generaciones futuras.
Y yo, personaje aplicado, mientras escribo estas vacilantes líneas reflexiono y me empodero desde sus objetivos:
1) Destacar la universalidad de las actividades anticipatorias humanas: claro, que medito sobre esto un mes después de la DANA con el video de Santiago Posteguillo de fondo contando su experiencia a 50 metros del barranco del Poyo. Hiperventilo mientras mi hijo me alarga una bolsa de papel distraídamente.
2) Fomentar los procesos de inteligencia colectiva: me miro la mano aún temblorosa, se me agolpan titulares apocalípticos de «cacería humana, industria del odio, golpismo judicial, impunidad mediática». Se me anuda el estómago y fantaseo fatalmente sobre qué aberración estará pasando mi idolatrada Rigoberta Menchú… cuando descubro que son declaraciones de los participantes del congreso… ¡de un partido que está en el poder!
3) Promover e incrementar la investigación del pensamiento del futuro y su aplicación en contextos diversos: me armo de valor y en mi infinita estupidez emprendo una práctica de inteligencia emocional que está terminantemente desaconsejada desarrollar en la soledad de un puente. Volver al punto 2 y ponerme en los zapatos embarrados de una víctima del punto 1. Me explota la cabeza al sentirme en el corazón de una persona que lo ha perdido todo y ve que sus responsables políticos se victimizan por sus chuscos juegos de tronos. Mi hijo abandona tan sabia como mentirosamente el salón: «Me voy que tengo acampada».
Decía Víctor Hugo, autor tan recomendable como poco leído más allá de películas Disney y algún musical, que el futuro tiene muchos nombres.
Quizá esta frase fue una de las excusas para conmemorar este perverso día en un mundo que sigue amaneciendo con un futuro inalcanzable para los débiles, desvergonzado para los caraduras y esplendoroso para los mezquinos.
Pero sigamos siendo ingenuos, y aunque el miedo a lo desconocido nos atenace, que no nos atrape el conocido, y que para los valientes y los luchadores no sea un futuro de castración de su dignidad y expectativas.
Y ahora va y se enciende el alumbrado de Navidad. Tan potentes como cortas me parecen algunas de sus luces.