Vivimos días de barullo, de enredo, de envoltorios de burbujas que estallan según abrimos los paquetes, de confusión y madeja embrollada. De subidas y bajadas, de tasas desbocadas y aranceles arrojadizos, de especulaciones salvajes y de toboganes de vértigo.
Vivimos días de puñetazos en la mesa, de experimentos con gasolina, de espadas afiladas y de órdagos sin cartas. De combates en busca de k.o. tras el primer asalto, de peligroso cortoplacismo y de dinero que se gana y se volatiliza con el espasmo y la fugacidad de unos fuegos artificiales.
Algo del todo. el todo del algo se nos escapa. Chapoteamos en un océano de ignorancia, viéndolas venir, contemplando admirados como los salmones saltan sobre nuestras cabezas mientras el agua que salpican nos nubla la vista.
Nuestra mirada está sesgada. Nos faltan datos. ¿Subirán los precios de lo que viene de fuera? ¿Qué fue de aquello de la globalización? ¿Se impondrá el proteccionismo? ¿Asumiremos comprar productos nacionales más caros, aunque sean de peor calidad por aquello de la solidaridad patria?
Esta semana he aprendido que hay tres tipos de sesgos que nos marcan. Los sesgos de confirmación. Solo leemos y oímos a aquellos que dicen lo que queremos oír y nos gusta pensar. El sesgo del superviviente. Nos gustan las soluciones enlatadas. Seguir un modelo, a poder ser el de siempre y a tirar. Y el sesgo del ancla. Partimos de un origen dado. Nos discutimos las cosas. Hacemos las cosas porque siempre se hicieron así. Sin aportar, ni descartar, sin buscar información adicional.
No nos gusta salirnos de carril, y más si el carril está subvencionado. No es que tengamos que romper con todo lo tradicional y lo habitual. Pero es cierto que nos hemos acostumbrado a una vida acomodada, que no acomodaticia en la que hemos querido tener todo a golpe de click, con independencia de que viniera de Tokio, Benalmádena, Canberra o Cobisa. Se nos llena la boca de solidaridad, comprensión, pequeño comercio, pero todos vivimos a golpe de neftlix, amazon y temu y claro, luego viene Paco con las rebajas.
Ni todo es dinero y leyes como pretende la Unión Europea, ni todo es a ver quien tiene el arancel más largo como pretende Trump. Vivimos en una época en la que todo es de un inmediato aborrecible y desalentador, por no decir intolerablemente estresante. No asumimos que todo es complejo y que la complejidad no sabe de soluciones simples. Estamos jugando a la ruleta rusa, pero en el cargador no hay balas de plata que sirvan de borrador universal. Pero por otro lado las recetas de simple absolución de dejar pasar el tiempo hasta que el problema desaparezca por si solo o se diluya tampoco cuelan.
Supongo que entre la absolución y la disolución existe alguna resolución que, aunque no llegue a solución definitiva, estas no existen, nos haga navegar dentro de un conflicto tolerable. No conviene olvidar que toda solución no es más que un nuevo escenario para futuros problemas, y que muchos, demasiados, problemas cambian antes de que los hayamos comprendido.