Carlos Rodrigo

Entre columnas

Carlos Rodrigo


A vueltas con Jardiel Poncela

01/07/2024

Cuando no se me ocurre nada, que es casi siempre, lo cual es maravilloso cuando uno no tiene que comer ni pensar en los demás, intento no desesperarme y tener a lado algún libro de uno de los grandes escritores españoles de todos los tiempos: Jardiel Poncela.
Los aforismos y preguntas sin respuesta del maestro, como casi todo lo que hago en esta vida, sobre todo lo que me gusta especialmente, me gusta leerlos, disfrutarlos o padecerlos sin venir a cuento, sin preaviso, a bocajarro y desordenadamente. Cuando ya nada importa que diría Onetti.
El otro día en un acto de cierta relevancia social, al que tuve que asistir en un momento dado, me encontraba solo y al lado tenía otra persona que estaba sola. Estaríamos así durante un par de minutos. Cuando hice amago de saludarle por cortesía y solidaridad de ilustre desconocido, rápidamente desenfundó su móvil para justificar su ocupada solitud, lo cual me produjo cierta ternura y también cierta amargura porque eligiera su móvil a mi humilde presencia y forzada conversación que, sin duda, giraría sobre algún tópico trascendente como el tiempo o la Eurocopa. 
Segundos después entraron un par de personas protagonistas del evento que me saludaron y con las que me puse a departir amigable e insustancialmente un rato. Entonces el tipo, raudo como el rayo, entró en el trío y, ahora sí, me alargó su mano para con su, espero, mejor sonrisa decirme su nombre y trabar conversación con las dos celebridades, volviéndome a esquinar con magistral habilidad.
El político tiene que ser vil; tratar a los conocidos como si fueran sus amigos y a los desconocidos como si pudieran llegar a ser sus amigos.
En otro momento del día, tras una discusión elevada de tono por un error laboral manifiesto que era para despedirnos a todos a cien metros a la redonda y sin juicio previo, en el punto álgido de la tragedia pasó un niño a toda velocidad a nuestro lado, nos pisó y nos llenó los folios de agua. Y mientras ya estaba cursando orden de trae una ballesta con una flecha ponzoñosa para abatirle, se giró y nos pidió perdón con una cara que optamos porque nos pareciera, no estábamos para entrar en detalles, sincera y angelical. Acto seguido pasó a nuestro lado lo que, sin duda, parecía ser el padre recién salido de Saint Olaf, cerveza en ristre, mirando lejana y vaporosamente al niño como si le sonara de algo.
Hay dos sistemas de lograr la felicidad, uno hacerse el idiota, otro serlo.
Por último, coincidí con una persona que se quejaba amargamente delante de una bebida espirituosa, mientras deglutía un apasionante Eslovaquia-Ucrania de fútbol: «Es que con tanto trabajo no tengo tiempo para divertirme».
Cuando el trabajo no constituye una diversión hay que trabajar lo indecible para divertirse.
Paz y paciencia, sean felices. Marcho y abro incautamente a Jardiel. Y claro, va y sin anestesia me grita carcajeante: «Imbécil, La felicidad suele darse, no recibirse».
Amén.

ARCHIVADO EN: Carlos Rodrigo, Eurocopa