Hace poco un amigo, nómada en varios países, me confesaba su fascinación por los políticos españoles, el que la mayoría fueran políticos de agenda, con su catecismo de suras laicas escritas por algún gurú oficialista, esparciendo religiosamente miguitas prefabricadas en su apostolado, fuera inaugurando una depuradora o charlando informalmente con su clá tras un acto. Primero la agenda y si luego se tercia ayudar al ciudadano, pues bueno, aunque sea construir un puente donde no haya río.
Estamos en una situación de emergencia nacional que se prolongará mucho tiempo y dejará, ojalá no, heridas profundas, cicatrices imperecederas… y no sé ustedes, pero a mi me parece que estamos asistiendo a sonrojantes rondas de timbas de póker, mus, cuando no de burro o mentiroso.
Jugadores secundarios de chica que echan órdagos porque no tienen nada que perder, porque nunca van a gobernar, y si tocan pelo lo hacen, hicieron o harán en minoría, sin más expectativa que desaparecer en las siguientes elecciones porque su socio mayoritario les absorberá salvo imprevisto de última hora. A vivir que son cuatro años. Barbecho y a renacer si se tercia. Fijos discontinuos de la política con minúsculas.
Jugadores incautos que no piden ayuda para no dar imagen de debilidad mientras el que maneja el mazo espera a que le pidan cartas, frotándose perniciosamente las manos, sabiendo que cada segundo que pasa el que no pía se está echado otra palada de tierra al nicho. Con la macabra sensación tartufa de médicos a palos por su negociado mientras el enfermo agoniza. Y en el quirófano se impone ese hedor a orgullo mal entendido, soberbia y falta de miras, la peor arma de destrucción masiva. «En política lo importante no es tener razón, sino que se la den a uno». Konrad Adenauer.
Por no mentar a los que hablan por hablar porque no tienen ninguna influencia ni poder más allá de decir algo que pueda agradar a alguien que algún día pueda acordarse de ellos, o acabar de ajustar raquíticas cuentas con el fantasma de algún enemigo pretérito que ni está ni se le espera. «Hay momentos en la vida de todo político en que lo mejor que puede hacerse es no despegar los labios». Abraham Lincoln.
Estamos sumidos constantemente en esa patraña maliciosa y tóxica de ganar el relato cuando ya nadie cree en las palabras. "El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué no ha ocurrido". Winston Churchill.
Son hermosas las riadas de solidaridad, los emocionantes titulares de «El pueblo salva al pueblo», pero desgraciadamente no basta.
Nunca estuvimos unidos a las maduras, pero al menos, por dignidad, exijamos estar a la altura en las duras más allá de trapos e intereses anegados en fango devastadoramente inútil y absurdo. «El Congreso es tan extraño. Un hombre se pone a hablar y no dice nada. Nadie le escucha…y después todo el mundo está en desacuerdo». Boris Marshalov.