Me gusta desayunar, mientras estoy lejos de España, escuchando la BBC y admirando la belleza por las ventanas; tintinea la loza dorada y el café caliente rebosa en mi taza. Las noticias vistas desde lejos adquieren matices distintos, pues otros intereses resaltan aspectos diferentes o los callan. Es normal. Mientras ojeo los periódicos de mi patria, apenas veo algo de lo que en otros países hacen enorme eco y amplia alabanza. Tengo que ir a una universidad venerable, hermosa, antigua, y en el coche escucho, mientras conduzco, un concierto fascinante, una cumbre de la historia del arte: la Novena Sinfonía, de Beethoven, interpretándose a la vez en Leipzig, París, Milán o Viena, entre otros muchos lugares de Europa, pues ha tenido lugar su bicentenario. Esta música, cuyo movimiento final se convirtió acertadamente en himno de Europa, es mucho más que entretenimiento: canto a la fraternidad universal, exaltación ante Dios de un mundo que podemos vivir unidos, apoyándonos unos a otros, resultando una recopilación de sentimientos sutiles y fuertes que ayuda a enfocar nuestra mirada ante la existencia. Su música, como bien entendieron Schelling o Schopenhauer, es más que arte, porque puede entenderse como metafísica. La música de calidad puede elevar el alma hacia lo mejor, llenarla de valor para crecer, más allá de una vida animal centrada en el abdomen, que encadena a muchos hoy en una mirada más de gallinas que de águilas.
Beethoven bien sabía que su nombre y obra serían más relevantes y recordados que la de los miembros de la casa imperial de entonces, como declaró paseando con Goethe en un balneario. Recordamos a Homero más que a los reyes de su tiempo y más estudios e influencia provoca el Quijote de Cervantes que no pocos gobernantes. Configuran nuestras mentes. Pero las alarmas no cesan de saltar, los jóvenes anhelan ganar dinero y ser influyentes llegando a ser en las redes sociales celebridades. No se estima ya estudiar, pues en muchos casos ni se alcanza el sueldo esperable o el puesto laboral deseado ni el ideal brilla ya como antaño. El personal docente prepara huelgas, sobrepasado por el número de alumnos, inútil burocracia y salarios adelgazados. ¿Leer libros? Antes se construían colegios y universidades con edificios bellos, representativos, simbólicos: hoy destaca el estadio de fútbol Santiago Bernabéu: masivo entretenimiento.
Cultivar significa trabajar, sembrar, regar, podar... Así se logra engendrar y recoger los frutos de la cultura, hoy en declive, pues muchos políticos ineptos la consideran tan solo un adorno y, sin embargo, sin las universidades, sin las ciencias, ¿qué medicina, qué ordenadores, qué tecnologías existirían ahora? Y es que las ciencias se cultivan junto a las letras, con las que intentamos entendernos, como ahora, cuando escribo estas líneas en mi teclado, aunque luego pueda ser malinterpretado. Pero muchos entenderán bastante de lo que digo.