Ilia Galán

LA OTRA MIRADA

Ilia Galán

Poeta y filósofo


Solo el pueblo salva al pueblo

10/11/2024

Fragmentos de barro salpicaron a los reyes a su paso, como los insultos que les iban prodigando a todos, especialmente al jefe del Gobierno, en la devastada población de Paiporta. La reina, agredida, rompió a llorar, como millones de lágrimas habían arrojado las iracundas nubes, en un momento. Huyó el presidente, cobarde, mientras los monarcas hablaban con las gentes. Precisamente es lo que tienen que hacer, ver cómo viven los ciudadanos, cómo mueren y por qué, pero directamente, escuchándolos y no con los filtros de la corte, sea del Palacio Real, de Moncloa o del Parlamento. Conviene acudir a primera línea, como cuando los reyes iban a batallar al frente de su pueblo: así se conoce desde dentro la verdad de cada situación.
Litros de dolor inundaban el territorio donde se ahogaban sus habitantes. El desastre de un diluvio semejante no se esperaba de nuevo, aunque en el pasado había algún similar ejemplo, como tampoco la ineptitud de los medios para paliarlo. En Japón o Francia habían dado la alarma de lo que nos podía acaecer con su servicio meteorológico; no fue así en España, donde ocurrió el desastre. El Gobierno, además, rechazó inicialmente la ayuda gala, cientos de bomberos, mientras no llegaban los nuestros. El pueblo se sintió abandonado, sin apoyo, sin un ejército que desde el principio les salvara de la invasión de agua, lodo y deshechos. Pero los voluntarios en pueblos cercanos o lejanos se movieron espontáneamente y comenzaron a cantar, a gritar, en su desesperación, contra los políticos.
En estos días se repite sin cesar la frase «solo el pueblo salva al pueblo», retomando a nuestro gran poeta, Antonio Machado, quien así criticaba a los señoritos que iban solo a lo suyo. Hoy los señoritos son los gobernantes, aunque se digan de izquierdas, así como no pocos de sus contrarios, por mucho que se denominen «populares». Hemos constatado que quienes iban contra el sistema, los que acusaban a la casta política, cuando llegaron a sus escaños, imitaron a sus enemigos y se aburguesaron. Cada vez es más común en muchas democracias la queja de que no nos sentimos representados, de que los partidos, tal y como están constituidos, no hacen la voluntad popular sino la de su grupo mafioso. Es necesario reformar esta partitocracia y que los diputados o senadores den cuenta a quienes les votaron, más que a las estructuras internas y parciales del propio partido. El pueblo no solo debe decidir una vez cada cuatro años y -hay consenso popular- sobran políticos e instituciones, leyes y leguleyos que no paran de complicar la vida a unos y otros, demasiado aparato administrativo, ineficiente. Cuando se observa cómo el dinero se pierde en tonterías o disputas bizantinas, mientras la urgencia se abandona, la gente, rabiosa, se rebela y muerde. Naturalmente.