Este lunes desayunaba con la resaca mediática de la intervención del presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, en el Comité Federal del PSOE. Hay que reconocerle la coherencia de decir dentro lo mismo que había dicho ya fuera. Las preguntas que surgen ahora son dos: ¿Servirá para algo su oposición a una amnistía que parece ya cosa cerrada? ¿Puede hacer algo más que quejarse?
Para contestar a la primera pregunta basta la imagen de un García-Page que se quedó solo y sentado en un Comité Federal del PSOE en pie, aplaudiendo enfervorecido a un líder que lo único que hizo fue verbalizar la palabra hasta ese momento prohibida: amnistía. La misma que hace tres meses negaba. Ni una mínima referencia sobre qué se está negociando, ni cómo se llevará a cabo sin dañar de muerte a la Constitución del 78 y el modelo de estado que de ella emana. Desde el pasado sábado el PSOE comulga con eso de que en España hay presos políticos, y no políticos presos por incumplir la ley.
¿Fe ciega en Sánchez? Más bien la creencia de muchos en la máxima de que quien se mueve no sale en la foto (se debe vivir muy bien en política). Hace unos años se habría dicho que el líder del PSOE ha recibido un apoyo a la búlgara, hoy casi me atrevería a calificarlo de 'a lo Rubiales'. Cosas de la postmodernidad.
García-Page tiene un papelón: los Jorge Belda del PSOE lo acusan de 'desleal' y hasta le enseñan la carta en la manga de Milagros Tolón, su alternativa 'sanchista' a liderar el partido en Castilla-La Mancha. Una maniobra de intimidación muy de manual, de 'manual de resistencia'. Le salva de momento ser presidente de Castilla-La Mancha por mayoría absoluta, su gran diferencia con otros 'caídos' como Susana Díaz o con el propio Sánchez.
En cuanto a la segunda pregunta, la replanteo: ¿qué puede hacer García-Page más allá de mostrar su oposición? Desde el PP se le insta a ordenar a los diputados nacionales del PSOE por Castilla-La Mancha que voten en contra de esta amnistía. Una opción, pero totalmente envenenada. Por un lado, los diputados del PSOE se deben a la disciplina de partido (el voto en contra sería considerado transfuguismo) y, por otro, regionalizar los votos en contra de la amnistía daría a la larga la razón a los separatistas, al pervertir el principio de igualdad de los españoles con la coletilla de 'depende de en qué comunidad vivas'. ¿Estaría el PP a favor de abrir las listas electorales y de que cada diputado responda por sí mismo y no a lo que diga el partido? No lo veo, lamentablemente.
Algunos proponen que los que se oponen no vayan a votar. Es una opción. Creo recordar que el propio presidente en funciones no acudió, ni votó, a la toma en consideración de la reforma de la ley del sólo sí es sí. Además, las ausencias en el Congreso están de moda, que se lo digan a los ministros Garzón, Belarra y Montero, a los que hoy no se les espera en la jura de la Constitución de la princesa Leonor. Pesa más su militancia que su función constitucional de miembros del Gobierno de todos los españoles. Una pena.
Mi sensibilidad política es republicana (ahora, lamentablemente, hay que justificarse en todo lo que dices o escribes) y, desde esta postura ideológica, considero que el acto hoy no se trata de una manifestación en favor o en contra de la monarquía, sino de respeto a las instituciones con las que nos gobernamos. Ver a una futura reina jurar eso de que «la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado» no creo que sea, ni de lejos, pleitesía a la Corona.
Instituciones democráticas que podemos cambiar (spoiler, la constitución se puede reformar ya se ha hecho dos veces en 45 años) y que nos pueden no gustar, pero que debemos respetar. De eso se trata la convivencia y el Estado de Derecho. Hasta lo que sé, ser un ministro no es ser un hooligan político. O debería no serlo. Se verá.