Seguramente estemos de acuerdo en que el miércoles fue un día de mierda. Toda la madrugada diluviando, Talavera convertida en su alter ego, Venecia de la Reina; hora punta, entrada a colegios y el aguacero que no cesa, atascos, combates de paraguas, charquitos en los pies. Para mayor escarnio, alguno, tras la yincana matutina, tendría la suerte de escuchar: «a mí me encanta cuando llueve». ¿Pero quién te ha preguntado, alma de cántaro? Personalmente, superé esa primerísima parte de la jornada con nota, los niños alcanzaron el cole y prácticamente secos, todo era felicidad, realicé tareas pendientes y escuché la radio: Angels Barceló charlaba con Marta Sanz y Manuel Delgado sobre la amabilidad. La filóloga trajo el Diccionario de la Real Academia Española para recordar o enseñar, según, que amable es aquel que es digno de ser amado, si nos regimos por la primera acepción, pues ojo, pensé yo y me alegré de saber que la experta hacía lo mismo, esa primera puede entrar en conflicto con la segunda que es: «afable, complaciente, afectuoso» porque conocerán gente súper afable en el trato pero que habría que hacer un esfuerzo titánico para quererlo. Enganché eso con que la amabilidad a veces está sobrevalorada y otras, lo contrario cuando me interrumpió Delgado con el poema de Bertolt Brecht «A los hombres futuros» donde reclama indulgencia a estos, que ahora somos nosotros, porque ellos que querían «preparar el camino para la amabilidad» no pudieron ser amables ya que «el odio contra la bajeza desfigura la cara. También la ira contra la injusticia pone ronca la voz» Absolutamente de acuerdo, tiene mi condescendía, me parece amable, en su primera acepción, y admirable, aunque quizás en otros aspectos de su vida, no tanto, probablemente sea imposible serlo al cien por cien. Cerré la radio, ya cerca del trabajo, pensé que acaso merecía una reflexión este asunto; paso de cebra, gente al otro lado, alguien me recuerda a alguien, se pone verde y en milésimas de segundo vivo la amabilidad en todas sus acepciones porque piso una hoja y sufro una aparatosa caída que me deja noqueada, tanto que no me puedo levantar y solo gracias a la amabilidad de cuatro personas anónimas, a quienes les doy unas gracias sinceras e inmensas, supero ese momento tras un tiempo tirada en el suelo que se me hace eterno. Una pensando en acepciones, palabras, poemas y la amabilidad estaba ahí, delante de mí, en estos tiempos con los que soñaba Bretch y en los que a veces sí se cumple su profecía de que «el hombre sea amigo del hombre».