Como en la vieja canción del Dúo Dinámico, ha llegado, un año más, el final del verano. Aunque aún haya gente que disfruta de sus vacaciones, el sentimiento general es de reinicio de todo, desde la vuelta al colegio o al trabajo hasta la recuperación de las habituales rutinas, olvidadas en la desconexión veraniega. Todo vuelve a comenzar, a veces chirriando aún hasta la definitiva puesta a punto. Retomamos proyectos y nos instalamos en una cómoda monotonía que parece conducir, como un piloto automático, nuestra existencia.
Llega el otoño, y con él, todo parece envolverse en una dulce melancolía, que no es sólo recuerdo del descanso estival, sino el fruto de una atmósfera que poco a poco, con el disminuir de la luz y la llegada de los primeros fríos, nos invita a buscar la cálida acogida del hogar. Septiembre, con sus ambigüedades climáticas, es la bisagra que enlaza, sin solución de continuidad, la calurosa efervescencia veraniega con la sosegada rutina otoñal.
«No quedan días de verano», canta Amaral. Nostálgicos del tiempo recién acabado, queremos exprimir estas postreras jornadas, que en nuestros pueblos son aún momentos festivos, en torno a las diferentes celebraciones en honor a la Virgen o a Cristo y la Cruz, que han generado un patrimonio inmaterial extraordinario, tradiciones vivas que explosionan en una vorágine de alegría, pues no hay fiesta sin gozo, sin exceso, que se entremezclan con la devoción y la fe. Un folclore que es expresión de lo que fuimos y somos, que recoge lo que nuestros mayores vivieron y transmitieron. Arte, belleza, sentimiento religioso y piedad popular se unen para tejer un tapiz que a lo largo y ancho de nuestra provincia de Toledo ofrece esa pluriforme riqueza que han sabido, a lo largo de los siglos, elaborar magistralmente una generación tras otra.
Un legado que sigue enriqueciéndose. Como ha ocurrido en Toledo este fin de semana, con los nuevos cortejos procesionales que, como un eco glorioso de la Semana Santa, han salido a la calle, sumándose las Angustias y los Dolores al Cristo del Calvario. Especialmente cabe destacar la procesión que, por las calles aledañas a la Avenida de la Reconquista, teniendo la valentía de salir del recinto amurallado, ha realizado la Virgen de los Dolores de Santiago del Arrabal, la bellísima talla de Juan Carlos Arango que desde el año pasado ha enriquecido nuestro patrimonio artístico y religioso. Una imagen que hace un año recorría, desde la catedral, tras ser bendecida, las viejas calles del centro histórico camino de su parroquia y que este año ha protagonizado uno de los momentos de mayor intensidad espiritual y estética de la Semana Santa toledana. Renovar desde la tradición es el mejor seguro para alejar el peligro anquilosante de la rutina, fuente de esterilidad, monotonía y decadencia.
Como la uva vendimiada estos días, el final del verano nos ofrece degustar el gozoso sabor de la fiesta.