Se va este febrerillo loco y bisiesto. Su herencia nos deja días de tormenta y sol. De lluvia y escasez de agua. De carnaval y de cuaresma. Atrás quedan también muchas acontecimientos trascendentales -tatuados en su hoja de calendario- que no quedarán emboscados en la niebla del pasado. Desgarradores asesinatos en Barbate, manifestaciones agrícolas con labradores en pie de guerra, elecciones en Galicia y la muerte del disidente Navalny. Todos se han producido en menos de treinta días -en el mes más corto del año-, como borbotones de actualidad cargados de repercusión. Quizá por ello, el paso del tiempo haga de febrero un mes de inflexión de cara al futuro.
Lo más trágico, vil y despreciable de febrero solo tiene un nombre: asesinato, que no fallecimiento como algunos quisieron obviar entre bambalinas y esmóquines en su fiesta goyesca. El asesinato llegó en Barbate en la expresión más cruel, con jaleos de la despiadada hinchada apostada en las gradas del puerto. Exigiendo sangre con la que saciar su degradación cavernícola.
Dos servidores de la ley pagaron con su vida la situación denunciada desde hace tiempo en el Campo de Gibraltar. El asesinato de los dos guardias civiles, y los testimonios y gestos de rabia e impotencia de sus familiares, han quedado en la memoria colectiva de la gente de bien. De toda una nación. De todos aquellos que se preguntan qué está pasando en las aguas del Estrecho y, sobre todo, quién lo permite y porqué. Esas respuestas demandadas, más tarde que temprano, se pondrán negro sobre blanco. Apuntarán con el dedo de la justicia a los responsables del drama y violencia vividos en esa parte de España en los últimos meses. Por el camino, ensalzarán aún más el sacrificio de la Guardia Civil y de sus familiares.
Febrero también nos deja un grito del campo. Un rugido de los agricultores como no se recordaba, y que ha puesto en prevengan a los burócratas de Bruselas y sus tentáculos ministeriales. Lo vivido en las carreteras y ciudades, no puede quedar en agua de borraja. Ese clamor justificado de los labradores debe traer en los próximos meses mejoras para su esforzado día a día. Pero, sobre todo, una conciencia más justa de su labor para todos aquellos que dependemos de su esfuerzo.
El mes que agoniza trajo la muerte blanca para Navalny. Su asesinato, como denuncia la mayoría de la parroquia del orbe, no quedará en el olvido. Lejos de derretirse, su ejemplo y sacrificio quedará en el futuro como una llama incandescente para alumbrar la democracia y libertad.
Galicia también habló en este mes que agoniza. Y lo hizo con voz alta, clara y absoluta. Hay quien dijo que los resultados de esas elecciones habría que entenderlos en clave gallega y en clave nacional. Seguramente, tendría razón. En clave gallega, el sentidiño de sus paisanos ha apostado por la estabilidad. En clave nacional, ha sido un no como la catedral de Santiago a las aventuras independentistas y secesionistas. También a la amnistía. Unos brindarán con albariño, y otros -los de la Santa Compaña-, se quemarán en su propia queimada.
Febrero ha sido un mes de inflexión. Atentos ahora a las mascarillas, que vuelven con sed de justicia en los idus de marzo.