Carlos Rodrigo

Entre columnas

Carlos Rodrigo


Fight

15/07/2024

Me desayuno, mientras leo el Pozo y el Péndulo de Edgar Allan Poe, con el atentado a Donald Trump. 
Salvada su vida de milagro, no así las del tirador, que fue lógica e implacablemente abatido, y la de un asistente al mitin, terrible ganador de una lotería macabra para la que no había encargado número, el acontecimiento nos ha dejado una imagen ya icónica para la posteridad.
Puño en alto, abrazado de guardaespaldas, oreja perforada y cara hilada con un pequeño reguero de sangre, alentando a los espectadores, Trump grita anonadado, conmocionado, pero triunfante, como un boxeador que ha sobrevivido y ha sido encumbrado, tras el combate de su vida, sin poder articular más palabra, grito o consigna que la palabra Fight, epítome que, sin duda, forjará su lema de asalto a la Casa Blanca los próximos meses. Que viene a significar algo así como lucha, pelea, en castellano.
Fight es una palabra del antiguo inglés que alude a combatir, esforzarse, ganar luchando, con el matiz no desdeñable de luchar con armas (no seamos ventajistas, también la palabra solía ser un arma noble). Y curiosamente no es hasta siglos después que no se le da un uso más militante y corporativo de fight for, luchar para, en nombre de, al que seguramente se aferrará Trump.
En castellano este luchar remite a la contienda y a la disputa deportiva de la lucha libre, cuerpo a cuerpo, y a la más castiza de pelear, agarrarse del moño, de las greñas, del pelo, en resumen.
El protagonista del relato de Poe lucha por sobrevivir en una oscura e insalubre celda de la Inquisición de Toledo de unas cincuenta yardas (una yarda equivale a un metro escaso) de ancho y de largo, acosado por la macabra disyuntiva de un pozo, por el que puede optar para tirarse, o bien esperar a una cuchilla letal de un pie de ancho que mediante un movimiento pendular va bajando ineluctablemente segundo a segundo desde el techo. 
Y para más inri la habitación es una cámara metálica que, por si uno se salva de lo anterior, se va estrechando hasta cerrarse, con el detalle no desdeñable de que está flanqueada de pinchos metálicos. Spoiler: la cosa no acaba muy mal para ser un cuento de Poe, aunque viendo quien aparece, permítanme la humorada, no sabemos si es mejor el remedio que la enfermedad. Imaginen que el enclaustrado fuera un soldado español.
No sé por qué, cada vez que leo este relato, negativo que es uno, en vez de suspirar aliviado pienso en un personaje de Imre Kerstész, quien liberado en Auschwitz del nazismo le rescata… el estalinismo. Recordándonos lo desoladora y demoledora que puede llegar a ser la bárbara arbitrariedad de una historia, en este caso, o de la Historia en última instancia.
Se nos olvida frecuentemente lo afilada y caprichosa que es la vida, cómo un hecho, magno o aparentemente trivial, afecta a los demás y por ende a todos. Seguro azar lo titulaba Pedro Salinas. Oremos.