Es peligroso, muy peligroso. Es sabido que cualquier ser que no encuentra salida a su situación, se convierte en un peligro patente para todos los que le rodean. Es pura necesidad de supervivencia y la aplicación de esa máxima que nos dice que cuando ya no hay nada que perder, se tiene todo por ganar.
El presidente del gobierno está en esta situación: perdió hace tiempo el poco o mucho prestigio profesional que le podía dar su título de doctor, cuando se descubrió que su tesis, ni era suya, ni era original al tener numerosos pasajes plagiados; su credibilidad democrática quedó en entredicho cuando le sorprendieron en la sede de su propio partido con las urnas llenas de unos votos que habían metido a manos llenas antes de comenzar la elección; su credibilidad política es para sonrojarse, si le quedara un ápice de vergüenza, después de haberse ciscado en su palabra en cuantas ocasiones la ha empeñado, haciendo como norma lo contrario de lo prometido. Desde la promesa de no pactar con PODEMOS por no poder dormir si tuviera ministros de esta formación en su gobierno, hasta meterse con ellos en la cama gubernamental sin pudor alguno. Desde prometer traer, poco menos que atado y a rastras a Puigdemont para condenarlo a la mazmorra más profunda, a aprobar una amnistía de la que había pregonado que era imposible con la Constitución.
En el aspecto personal su situación no es mejor: desde la imputación de su esposa y de su hermano hasta los problemas con el espionaje de su móvil, que parece que lo tienen amarrado al cabestro de Mohamed VI, su existencia personal, por muy narcisista que sea, no puede hacerlo feliz, y no solo eso, le 'obliga' a atarse al poder para intentar superar esta agobiante situación.
Pero en este estado es imposible que le surja ninguna idea y mucho menos con la suficiente frescura (en el buen sentido del término) para hacerle atractivo para un electorado que le pueda dar el poder. Este acorralamiento le hace muy peligroso para la democracia. Ahí está el espectáculo de 'su' fiscal general y de su relación con prófugos y hasta con gentuza que no renuncian a los dividendos de los asesinatos de ETA.
El problema es que la oposición, a mi juicio, está esgrimiendo un antídoto que en el momento actual está un tanto amortizado: es el espíritu constitucional. Y está parcialmente amortizado porque quienes han vivido siempre en libertad, han podido expresarse siempre en libertad y participan con normalidad en la elección de sus representantes políticos, no conocen lo que es la falta de esas libertades, base del espíritu constitucional que hizo a los españoles elevar su mirada por encima de la propia ideología y sobre todo el egoísmo que actualmente padece la sociedad.
Quizá no estuviera mal aguzar el ingenio para conseguir convencer a las nuevas generaciones de que la calma chicha que han disfrutado en los últimos cincuenta años, no es algo que esté garantizado, ni mucho menos y que la situación del presidente la hace especialmente peligrosa, sobre todo porque se ha rodeado se palmeros a sueldo, sin principios ni escrúpulos, que no dudan en sostener un crápula con tal de seguir revolcándose en el merengue putrefacto del poder. Quizá todavía la situación tenga vuelta atrás, pero cada día se vuelve más peligrosa.