Empeñadas en coger el rábano por las hojas, las derechas están que trinan con la propuesta del presidente Sánchez de celebrar distintos actos coincidentes con los cincuenta años de la muerte de Franco. Le acusan de 'sacar a pasear' el fantasma del dictador como cortina de humo con la que enmascarar la delicada situación parlamentaria del Ejecutivo, así como los contratiempos judiciales y políticos que alteran su acción gubernamental. Dicen esto, y lo amplifican sus troveros, pretendiendo confundir a la sociedad, no recatándose en repetir exabruptos, retorcer la verdad o incluso, como han hecho Ayuso y Tellado, propalando que Sánchez quiere 'quemar las calles' o 'celebrar la flebitis' del extinto.
Creo que uno de los grandes déficits de nuestra democracia, especialmente achacable al tiempo en que Felipe González concitó tantas ilusiones, fue no haber afrontado la revisión del franquismo, inculcando en las nuevas generaciones lo importante de preservar las libertades recuperadas, lo valioso del naciente Estado del Bienestar, los esfuerzos que estaba suponiendo todo ello y el riesgo que se corría con el adormecimiento de las conciencias sociales en aras de una vacua modernidad conformista y consumista. Si se hubiese apostado por ello, quizás ahora no se cuestionaría el recuerdo a lo transitado desde 1975.
Cuando Sánchez anunció los actos de 'España en libertad', dijo que eran para «poner en valor la gran transformación vivida en este medio siglo de democracia». ¿Acaso las derechas no coinciden con ese planteamiento? Si es así, tenemos un problema muy serio.
Muchos de quienes se oponen a esto, suelen decir que cuando murió Franco no había nacido, eran niños o adolescentes y que hablarles ahora de él es una batallita de abuelo Cebolleta. Por eso llama la atención, que esos mismos adanistas corran prestos a copar jubileos más lejanos en el tiempo, trufados, a veces, con efluvios religiosos o patrióticos. Tiempo ha que Machado nos advirtió sobre aquella España tahúr, zaragatera y triste, devota de Frascuelo y de María, así como de la falta de reflexión que esos fervores conllevan.
Tengo interés por saber si tras el primer acto de esta celebración, cuantos se están resistiendo a ellos entienden que 'España en libertad' no va de pasear la momia de Mingorrubio, sino de recordar que tras aquel 20N, una mayoría de ciudadanos apostamos por desanudar aquello que quedaba «atado y bien atado», dejando atrás cuarenta años de dictadura y alumbrando con sangre, sudor y lágrimas una democracia que cinco décadas después aún no ha alcanzado su plenitud, teniendo todavía derechos que consolidar y sombras que alumbrar. Dicho esto, abro Spotify, busco lo mejor de Sabina, pincho su 'Adivina, adivinanza' y desafino en alta voz: «Mil años tardó en morirse, pero por fin la palmó…»