No me digan ustedes que la vida no es un constante «voltear» y no de campanas -que también-, sino de vueltas al círculo vicioso de repetirse en todos los sentidos. Siempre se ha dicho que la historia se repite y es verdad en muchos aspectos; también, me decía mi madre «guarda esa ropa, no la tires, que dentro de unos cuantos años, volverá a estar de moda»; y qué razón llevaba.
Bueno, amigos, pues he guardado jerseys de los años setenta –con pico largo y ancho de hombros- y alguna chaqueta de los años ochenta -cruzada en botonaje y de amplia solapa- y resulta que ahora, me las puedo poner y si cabe, quedar de lujo entre los jóvenes del momento. Y a mi edad -que ya es bastante- puedo estar a la altura en la moda, aunque no lo esté tanto en mis arrugas y melena al ristre.
Por eso, mi título de la columna. Las abarcas a escena. Son un elemento del calzado que utilizaban mis abuelos y tíos en aquellos años de la década de los cincuenta y sesenta, y que marcaba una gran utilidad, para el campo, con barro y sin él, para callejear por los pueblos, subir y bajar a la cámara o granero, cargar y descargar costales de trigo, regar los huertos, segar y trillar en el verano, e ir a la procesión de la Patrona cuando llegaba el momento. Y desaparecieron sin dejar huella.
Ahora bien, nuestra Reina Madre, doña Sofía, las ha vuelto a poner de moda en sus Islas Baleares, cuando en su salida divertida -a cócteles y cenas- las ha llevado puestas, en lugar de esas alpargatas más actuales. Doña Sofía utiliza lo que el bienestar y comodidad le exige, por edad y por compromiso, sin analizar que ese tipo de calzado haya dejado de usarse o ya no sea muy común. Sin embargo, lo ha vuelto a poner de moda, por lo dicho anteriormente, porque la historia se repite y se seguirá repitiendo; y eso, sin duda, es lo que le da grandeza a la pequeñez y sentido a la banalidad.
A los vaqueros blancos y la blusa suelta y ancha que la reina Sofía porta habitualmente -en verano-, le añadimos las alpargatas sin cordones, y sobre todo, las abarcas -sí, amigos-, las albarcas que llevaba mi abuelo con suela de recauchutada goma, cruzado de hebilla y agrisado color que, anchas o estrechas, valían para cualquier pie. Así es la vida y así es el Glamour.