Hay veces que te domina la sensación de estar haciendo el primo. Te parece que, mientras tú te ocupas de tus asuntos para sacarlos adelante sin cargar a los demás con lo que, esforzándote y sacudiéndote la pereza mental, puedes conseguir sola, otros sin miramientos ni discreción se te adelantan por la derecha. Con tanto adelantar, claro, siempre tienen tiempo, sea el momento que sea del día, para departir por los pasillos.
Sobre la procedencia de la expresión «hacer el primo» tiene un sesudo estudio, dedicado a Menéndez Pidal, el filólogo y crítico literario, Joaquín de Entrambasaguas, que apunta hacia la costumbre protocolaria de la casa real, antes de la revolución liberal, de dar tratamiento de primo del rey a los grandes de España y a la nobleza.
Tratamiento con que se dirigía el general napoleónico, Joaquín Murat, al infante don Antonio Pascual de Borbón, hijo de Carlos III, que presidía la Junta Suprema de Gobierno en 1808, mientras Fernando VII se reunía en Bayona con Napoleón. Como quiera que, al incauto y confiado encargado de la regencia, en esas cartas, llamándole primo, le amenazara y presionara hasta tomar medidas tan impopulares que provocaron gran descontento y revuelo, se acuño la expresión «hacer el primo» para designar a alguien que se deja confundir o complicar por desatento.
Por aquel entonces, los empleados públicos se nombraban y cesaban libremente por el rey o por el gobierno. Salvo que enajenasen algún cargo para obtener rentas - pasando este a ser propiedad de quien lo pagaba que podía, incluso, transmitirlo a sus herederos- la práctica habitual eran las cesantías políticas, versión castiza española del spoil system, diría Fuentetaja Pastor.
Muchos de los que perdían su cargo, dejaban de tener una ocupación habitual, por lo que, sin dedicarse a nada útil, se dejaban caer y ver por distintos ambientes sociales, tramando, en busca de oportunidades. Como se les solía ver de paseo, vagando por pasillos y calles, se les conocía como paseantes en Corte. Una auténtica categoría social que con frecuencia reside en el género costumbrista y hasta en el realismo de Galdós.
En la zarzuela La Gran Vía estrenada en 1886, con música de Chueca y Valverde y con libreto de Pérez y González, Paseante en Corte es uno de sus protagonistas. Sirve, haciendo de guía por su buen conocimiento de lo que sucede por las calles de Madrid, a la trama de la zarzuela que describe, con clara intención política, la inquietud de los vecinos y de las calles personificadas, ante la apertura de una nueva calle ancha y rápida que conectará el Madrid antiguo con el moderno.
También Azaña, eligió Paseante en Corte como seudónimo para firmar una serie de artículos sobre Madrid que publicó en La Pluma, pero este paseante observaba con aplicación y analizaba con vivo ingenio.