La decisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump de pausar durante noventa días la puesta en marcha de la guerra arancelaria afecta también a la imposición de aranceles recíprocos del 20% a la Unión Europea y por tanto a las transacciones españolas con el país norteamericano. Por tanto, la reflexión del Secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, acerca de que el acercamiento de España a China es como "cortarse la propia garganta", no ha dejado de ser, por el momento, una expresión retórica. Si dentro de unos días, fruto de la imprevisibilidad de las decisiones de Trump, la Adminstración estadounidense decide variar su posición e individualizar acciones contra nuestro país sería el momento de que el Gobierno adoptara las medidas precisas de respuesta.
En la visita del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a China, sin embargo, no se ha escuchado ni una sola crítica hacia Estados Unidos, en línea con la posición que ha mantenido desde que Trump llegó a la Casa Blanca -aunque es descriptible el entusiasmo que despierta en el Ejecutivo-, sino que se ha dedicado a defender el sistema de libre comercio y la necesidad de que se vuelva a un sistema multipolar en la toma de decisiones relevantes que afectan al ámbito geopolítico.
Al ser el primer viaje de un dirigente europeo a Pekín desde que EE UU y China se enzarzaran en una escalada de los aranceles que no parece tener fin, se ha puesto en duda si se trataba de una visita que se había coordinado con la Unión Europea. El Gobierno dice que sí y el PP lo pone en duda. Pero que a la UE le interesa mantener una buena relación con China a la que ven como un mercado preferente con la que es necesario un entendimiento tanto en exportaciones como importaciones se revela en la cumbre en Pekín agendada para el próximo mes de julio.
A los populares no les gusta la profusión de visitas -tres en los últimos tres años- que ha realizado Pedro Sánchez a China, un régimen comunista alérgico al respeto de los derechos humanos, sin acordarse de que tanto Feijóo como presidente de la Xunta y el expresidente Mariano Rajoy también han visitado a Pekín con la misma intención que Sánchez, aumentar las exportaciones y la presencia de las empresas españolas en ese país. Que a fondo de la visita se situé al expresidente Zapatero, al que se dibuja como un lobista a favor del régimen de Pekín, permite al PP calificar el viaje como un nuevo ejercicio fallido de la diplomacia española. Sin embargo, al PP no se le ha escuchado una sola palabra en contra de las declaraciones del secretario del Tesoro estadounidense y a favor de la autonomía de España a la hora de fomentar las relaciones políticas y comerciales con quien considere necesario sin plegase a otras tutelas. Si acaso, las derivadas de la coordinación con la Comisión Europea.
Pedro Sánchez ha dejado en China dos mensajes, uno de consumo interno cuando ha afirmado que "la política exterior española no va contra nadie y es coherente con la de gobiernos anteriores", y otro de carácter general con una llamada al entendimiento entre EE UU y China porque "nadie gana en la guerra comercial" y el mundo necesita que ambos países dialoguen. Más allá de los gestos políticos y de la sintonía mostrada por el presidente chino, Xi Jinping, con Sánchez estos viajes tienen una motivación económica que es por la que se deben medir sus resultados.