Entre el mentiroso y la mentira acaba por aflorar un síntoma tóxico y final. Es cuando el autor de la patraña acaba por creerse sus propias mentiras. Y esto es lo que en estos últimos está empezando a percibirse en el comportamiento de Pedro Sánchez.
Algo de eso, desde luego, estaba detrás de su compulsivo comportamiento al conocer que no había mensajes en el móvil del Fiscal General del Estado porque evidentemente, ya que existían las respuestas a quienes se los había enviado, era porque el mismo los había borrado, algo que implícitamente la propia Fiscalía en su comunicado acababa por reconocer y justificar.
Solo el creerse sus propias mentiras es lo que pudo llevar a clamorear la exigencia de petición de perdón cuando en realidad el hecho no hacía sino apuntalar las sospechas y cimentar más aún los cargos por los que está imputado.
Sánchez lleva ya mucho tiempo mintiendo de continuo y ello, aunque se trate del mayor cínico y más curtido engañador, acaba por hacer mella y provocar esa reacción que todos y cada uno de nosotros hemos percibido en gentes con las que hemos tratado. Que nos contaban mentiras a veces delirantes y que solo ellos acababan creyendo que eran verdad, de tanto reiterarlas como alarde y como defensa, que es el doble filo de la navaja que el presidente utiliza de continuo y que nos coloca cada vez más a calzón quitado.
El peligro que acecha entonces (y en lo que acaba por concluir tal sintomatología) es que sus mentiras ya solo se las cree él mismo. Aunque sus cachicanes las suscriban y pregonen; y los abducidos parroquianos se las traguen, lo que hacen es aceptarlas como mal necesario y que con ellas apuntalan y ayudan a una causa y un bien superior, aunque este sea simplemente el mantener al caudillo en el poder.
En tal sentido, estas semanas anteriores están siendo verdaderamente demoledoras. Incluso se ha llegado a señalar por algunas voces nada sospechosas, pues han estado siempre en la mayor sumisión a su persona y ejecutoria, que la última reacción ha producido un cierto estupor, pues no hace falta ser muy avispado para comprender que esa altisonante reacción emocional de duplicar el sonido del diapasón cuando en realidad el hecho resulta tóxico y señala hacia la peor conclusión.
Estos últimos días, además, están brotando por algunos mentideros madrileños de los que no tienen cuenta en Twitter pero sí oídos afinados, que les suelen prestar atención por algunos precedentes que luego han tenido constatación, que para comienzo del año va a haber novedades que van a suponer una importante conmoción. Algo más que fotos, dicen. Y ojo, que las fotos han dejado a muchas palabras, gesticulaciones y desmentidos como los más torpes bulos que pretenden denunciar.
El gran mentiroso, por descontado, no tendrá empacho en mentir, pero si mintiendo a sabiendas, se empieza a creer que esa es la verdad, el trastazo va a estar cada vez más cerca. Hay quien afirma que antes de primavera, pero en eso bien puede que prime lo que ansían ellos y no lo que vaya a suceder. Que creerse las propias mentiras es un síndrome muy extendido y, como se dice ahora, muy transversal.