Vivimos en un mundo tan rico y heterogéneo que lo extraño sería que no se hablara, escribiera, pintara, cantara o soñara sobre su diversidad, su variabilidad y su pluralidad.
Cuidamos de la diversidad biológica porque entendemos que es la única manera de garantizarnos como género humano un futuro sobre la Tierra. Así, con el Convenio de Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica, que entró en vigor el 29 de diciembre de 1993, se firmó el primer acuerdo mundial en el que la humanidad reconoce que está preocupada por la diversidad biológica. Diversidad biológica, o biodiversidad, que hace referencia a la formidable cantidad de seres vivos que pueblan el mundo, producto del trascurso de millones de años de la vida por el planeta, a la que le conciernen la riqueza de recursos genéticos, de especies y de ecosistemas que sustentan este mundo.
Por eso, nos ocupamos en mantener la variabilidad genética - las diferencias que hay entre los individuos de una población debida a la información genética que cada uno posee- puesto que son los distintos genotipos los que dotan a cada individuo de valiosas características particulares. Esta variabilidad genética ha sido y es la clave para la adaptación y la evolución, ya que permite desarrollar distintas estrategias de supervivencia a las especies cuando las circunstancias del entorno se tornan hostiles, ofreciendo la posibilidad de adaptarse al cambio de las condiciones climáticas, de la disposición de alimentos o en la competición con otras especies de los ecosistemas.
Nos esmeramos en preservar la diversidad cultural, la riqueza humana fruto de la multiplicidad de formas en las que se expresan los grupos y sociedades del mundo, y, por eso, aprobamos la Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural y se proclamó el 21 de mayo como Día Mundial de la Diversidad Cultural para el Diálogo y el Desarrollo.
Nos interesa la pluralidad de doctrinas, defendemos las distintas ideas u opiniones y consagramos el pluralismo político en nuestro texto constitucional, propugnándolo como valor superior del ordenamiento jurídico del Estado social y democrático de Derecho, del mismo modo que a la igualdad.
Sin embargo, tendemos a restarle riqueza a la igualdad. Las personas sí que somos iguales en nuestra condición humana, pero somos muy diferentes en lo físico-mucho debido a la genética-, en lo ético y en nuestra situación en la sociedad- más por las circunstancias ambientales-, por lo que la desigualdad es una realidad incuestionable. Si somos cada uno un conjunto maravilloso de caracteres es difícil aplicar la igualdad a todos ellos para ser iguales sin más, salvo que continuamente nos apliquemos a nivelar por abajo. Una igualdad que es injusta porque al negar la superioridad e inferioridad desprecia la excelencia y el valor de cada uno de nuestros maravillosos caracteres.
¿Piensan los que tal opinan que sus ideas son ya definitivas y permanecerán para siempre en el futuro?, diría Faustino Menéndez Pidal de la Real Academia de Historia en su trabajo sobre la nobleza en España.