La lateralidad, literalmente, es la preferencia que muestran los seres humanos en el uso de extremidades situadas a un lado u otro de su cuerpo. O sea, la condición de zurdo o diestro. Pero va mucho más allá del mero «uso» de una mano o un pie: afecta a la colocación del cuerpo, a la velocidad de reacción ante las cosas que suceden a un lado u otro del mismo… y en el caso concreto del fútbol, a prácticamente todo lo que sucede a tu alrededor. Por eso entiendo que cuando Ancelotti y Lucas Vázquez vieron que el elegido para el perfil zurdo era Joao Cancelo cruzaron una mirada cómplice y todo salió fetén sobre el terreno de juego.
Midió mal en la jugada del penalti del primer gol blanco, se despistó en la marca a su espalda en el segundo y volvió a quedar vendido en el tercero. ¿Significa esto que habrían sido jugadas mejor defendidas en el flanco derecho? Sí. Sin duda. El control del espacio y del tiempo, máxime en acciones tan rápidas, debe ser inmediato e instintivo: si debes pensar, malo. Prueben a colocar a su izquierda (o viceversa) esas cosas que siempre manipula con la derecha. Recoloque un mueble, unos libros, unas sartenes… De entrada, le parecerá un caos. Y Cancelo, retratado en Champions y retratado en Liga, siempre ha tenido la cal cerquita de la bota derecha.
Podríamos abrir nuevos debates sobre fondos de armario y bajas: en el carril izquierdo, al Madrid le faltaba Mendy, pero tenía a un multiusos como Camavinga y a Fran García; al Barça le falta Balde toda la temporada y se abre un boquete inmenso: Marcos Alonso no cuenta para nada y Joao Cancelo -un fichaje que Xavi no quería, como sucedió con Joao Félix- es más atacante que otra cosa. Diestro cerrado, para más señas.