El frío suele hacernos más conscientes de la necesidad de una provisión constante de energía para procurarnos calor, aunque vivimos en un mundo en el que el suministro de energía decide la suerte de los países, puesto que de ello dependen sus empresas, su tejido industrial y su economía.
Estos primeros días de invierno en los que las temperaturas se descuelgan hasta la escala negativa del termómetro, el común de los europeos nos preocupamos– porque sabemos qué es con lo que producimos la mayor parte del calor y de la electricidad- por la evolución del mercado del gas y por las reservas almacenadas en territorio europeo, coincidiendo con el fin del tránsito de gas ruso hacia Europa al expirar el acuerdo de cinco años con Gazprom el día 1 de enero.
Aunque la UE apuesta por las energías renovables, por el momento no cubren la demanda y las condiciones meteorológicas hasta les juegan malas pasadas, como recientemente la llamada calma oscura (dunkelflaute), sin viento para la producción de energía eólica ni luz del sol para la solar, que no es un fenómeno infrecuente en el centro y norte de Europa, países que eran mucho más dependientes de Rusia. Por ello, desde la invasión de Ucrania en 2022, se ha acelerado el desarrollo de la infraestructura de gas en la UE, con el fin de facilitar el abastecimiento desde fuentes distintas a la rusa y aumentar la capacidad de importar gas natural licuado (GNL).
EEUU, el mayor opositor durante años a la relación energética con Rusia y a los gaseoductos Nord Stream por entender que la UE no correspondía como socio fiable al apoyo norteamericano en seguridad y defensa en el seno de la OTAN y a pesar de la tensión inicial por el Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono (CBAM) del Pacto Verde Europeo y la Ley de Reducción de la Inflación norteamericana (IRA), se ha convertido en el protagonista de la emancipación de la UE, garantizando su seguridad energética con exportaciones de GNL procedente del fracking.
La fracturación hidráulica se emplea desde la década de los cincuenta del pasado siglo, pero el avance de la tecnología y la perforación horizontal ha permitido la obtención de hidrocarburos no convencionales en grandes cantidades, inyectando agua y químicos a alta presión para fracturar las rocas de esquisto y liberar el gas natural. Una técnica, prohibida o bajo moratoria en muchos países europeos, con la que EEUU logró en 2019 pasar de tener un serio problema de suministro y ser un importador dependiente, a ser el mayor productor mundial de gas.
Esta cooperación transatlántica ha ayudado, no solo a asegurar la provisión de GNL, sino a mantener el apoyo europeo a Ucrania, que no habría sido posible, si la crisis energética hubiera afectado más la economía. En este tiempo, la UE ha dejado de ser tan crítica con las medidas proteccionistas y la política industrial, con las que EEUU vulnera las normas de comercio internacional. Quizás porque debe tener en cuenta esta nueva dependencia en su autonomía estratégica.