Llegado mi último mes de vida, toca despedirme de usted. Que las prisas no son buenas y dejar las cosas para lo último, no es sabio consejo. Así que prefiero hacerlo ahora, en estos días de diciembre en los que agonizo. Con esta premeditación y conciencia evito los memes de cuestionable gusto, y los machacones guasap navideños del treinta y uno.
Le digo adiós, y pido disculpas por las cosas que he hecho mal en estos doce meses compartidos. Solicito también su perdón por aquellas que no hice y que, de seguro, habrían mejorado mi recuerdo. De no haber hecho algunas -y de haber hecho otras-, dejaría mejor sabor de boca. Entenderé su tirria porque, sinceramente, no creo que haya dado motivos para que guarde mi almanaque en su mesilla de noche.
Mi legado es muy mejorable. Dejo muchas víctimas inocentes en el conflicto de Gaza, y no puse fin a la invasión de Ucrania. Tampoco dejé como presidente a quien realmente ganó las elecciones en Venezuela, y tuve que elegir entre susto y muerte en las últimas elecciones de Estados Unidos. Y lo de Siria, veremos cómo acaba. Confieso -y lo hago entre lágrimas-, que lo que más me duele es haber convertido el Mediterráneo y las costas de Canarias, en un cementerio de esperanzas ahogadas.
Pido perdón por todo el agua que uno de mis meses arrojó cruelmente sobre Valencia, y una parte de Castilla-La Mancha. Fue mucho el lodo y el barro depositado los últimos días de octubre en aquellas tierras. Y mucho más, el dolor y desesperación que dejaron y está sin barrer.
Le ruego me excuse por más estropicios que dejo. Por esa ley de amnistía ignominiosa; por esos intentos de controlar a la justicia, y por esa obsesión por doblegar a los medios de comunicación honestos. También, por ese muro edificado con el barro de la mentira.
Ruego su clemencia por la desmesurada corrupción que inundó mis meses. Lamento no haberla extirpado, ni haber expulsado a sus beneficiarios. Toda esa nefasta herencia se la dejo al año que me sigue, que tampoco lo tendrá fácil. Espero que acierte dónde yo erré.
Me despido de usted con un guiño de esperanza. Entre tanto lodo propagandístico, dejo unas imágenes para la historia. Las de la solidaridad de muchos españoles en medio del fango, real y mediático. Y al frente de ese espíritu de nación comprometida estuvo -y está-, el primero de todos ellos. Afrontando su responsabilidad y destino como Jefe del Estado.
Entre tanto barro, también les dejo la profesionalidad de los periodistas que, pese a las presiones, luchan para que usted sea un ciudadano bien informado. Cedo al próximo año la honestidad y fe en la justicia, que sigue en pie a pesar de los espurios intentos por someterla y humillarla.
Me hubiera gustado dejar mejores recuerdos. Mi adiós sería más dulce si supiera que, al despedirnos, usted se siente más orgulloso del país en el que vive y dejará en herencia. Me voy, y le pido a 2025 que le conceda a usted, y a los suyos, paz, salud, trabajo y justicia.
Y honestidad para quienes nos gobiernan.