La política española está adquiriendo un sesgo más que preocupante por culpa de unas servidumbres y unos patronazgos que hacen que los políticos de uno y otro signo suban y bajen, entren en escena y desaparezcan como muñecos de guiñol. De tal modo que, caído Errejón, todos nos preguntamos ya quién será el próximo y para cuándo.
Dar nombres de la lista de damnificados me parece un ejercicio vano; y si aludo al caso Errejón, lo hago pura y simplemente por ahondar un poco en el caldo de cultivo que está dando lugar a semejante 'locura'. Decir, como a menudo oímos, que ello se debe a la falta de preparación, puede resultar arriesgado, tanto como afirmar que la causa hay que buscarla en el entorno corrupto en que se mueven.
Basta recordar el inicio de la Revolución francesa, hace unos 240 años, para ver cómo una larga veintena de mentes privilegiadas, como Danton, Marat, Robespierre, Saint-Just, Desmoulins, Barnave, y un largo etcétera, fueron cayendo como peones de ajedrez, hasta que, guillotinado Robespierre, el poder recayera en Napoleón. Algo parecido ocurriría en la Revolución rusa y en otras.
Lo de Errejón, un mozo simpático, amable, inteligente y, aparentemente cabal, ha sido una sorpresa, aunque sólo relativa. Y es que todo denota que, además de las cualidades que lo adornaban, tenía, como vulgarmente se dice, «sapos en la barriga». Y, sin embargo, creo sinceramente que estamos ante el pseudodonjuán, presa de la erótica del poder, el ex tímido deslumbrado por ese monstruo del sexo que fuera/ es su ex jefe, que, como el viejo Sartre, seducía con la «magia de su voz». En modo alguno ese tipo repugnante y asqueroso de quien habla Elisa Mouliáa (su primera denunciante) y ahora Aida Nizar, que de repente se ha acordado de que hace nueve años le dio un azotazo delante de Ada Colau (que, por cierto, no lo recuerda). Lo de Elisa, actriz ansiosa de notoriedad (o así lo parece), resulta más sofisticado, alegando que «salió humillada, vejada, babeada y repugnada». Oyéndola, uno imagina a Errejón un Lovelace de las noches madrileñas.
Acabar su carrera política de tan absurdo modo se me asemeja impropio del Errejón que conocíamos. Ir haciendo el fantoche de la forma que nos dicen sus 'víctimas' –que ya se apresuran a multiplicarse como los hijos, e imaginamos que también hijas, de Abraham–, es propio de un tipo inmaduro e infantiloide. Y que conste que no pretendo quitarle ni un ápice de hierro. Al contrario, pienso que lo que le ocurra en un futuro se lo tiene merecido, por idiota.
Sin embargo, tampoco podemos dárnoslas de cándidos, entre otras cosas porque cómo no acordarse en momentos así de la terrible frase, casi un anatema, lanzada por Jesús a la chusma, dispuesta, como todas las chusmas, a apedrear a la 'víctima propiciatoria': «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra».
Visto el affaire de este modo, las cosas necesariamente adquieren un sesgo parcialmente distinto. Porque, ¿qué decir de sus compañeros de partido, que se apresuran a negarlo cual apestado y repiten una y mil veces que ignoraban ese vicio en él?, ¿qué decir de esa alimaña, venida a pudrir la política española desde la Complutense, que sin duda se la tenía jurada? ¿Qué decir del baboseo hipocritón de los que acostumbran a comer sapos de todas las clases y tamaños imaginables con tal de vivir pegados al poder y a las prebendas; los corifeos del régimen que viven del «sí buana» y que lo mismo sirven para un roto que para un descosido, y que hoy dicen: «¡Va por ti, Begoña!" y mañana es Navidad?»
Como decía mi amigo Santos, a quien desde aquí felicito en su onomástica, todos tenemos un precio; y hay épocas en que ese baldón se nos nota demasiado.