Francisco Javier Díaz Revorio

El Miradero

Francisco Javier Díaz Revorio


Néstor Sagüés

21/06/2024

Aunque los no juristas acaso no conozcan a este profesor e investigador que nos acaba de dejar, cualquiera puede entender la trascendencia que posee un gran maestro en una disciplina científica, y la ausencia y el dolor que provoca la pérdida de una figura de enormes dimensiones, en este caso en el ámbito del derecho iberoamericano y europeo. Rosarino nacido en 1942, se graduó y obtuvo el doctorado en esta misma universidad, aunque también fue doctor por la Universidad Complutense de Madrid. Amplió estudios en la Academia de Derecho Internacional de La Haya y en el Instituto Max Planck de Heidelberg. Fue profesor titular emérito en la Universidad de Buenos Aires, pero también ejerció docencia en otras universidades como la Universidad Católica Argentina y la Universidad Austral, así como en un sinfín de instituciones académicas iberoamericanas y europeas, en las que impartió todo tipo de cursos, conferencias y sesiones variadas, incluyendo la Universidad de Castilla-La Mancha, en la que durante muchos años impartió docencia en nuestra Especialidad en Justicia Constitucional. También conoció la práctica de la actividad jurisdiccional en diversas cámaras de apelaciones. 
Sus aportaciones al Derecho Constitucional son inconmensurables. Sin poder llevar a cabo aquí una enumeración de sus obras, cabe decir que son pilares esenciales sus trabajos sobre Teoría de la Constitución, Derecho Procesal Constitucional, interpretación jurídica... Siempre estuvo no solo al día de los últimos avances doctrinales y jurisprudenciales, sino constituyendo él mismo la vanguardia de las investigaciones sobre el derecho constitucional iberoamericano. En esta línea, y como mero ejemplo, realizó aportaciones de importancia sobre los principios del derecho indígena y la necesidad de "modulación" que estos imponen al constitucionalismo occidental. Pero además de sus aportaciones al derecho, no puedo dejar de destacar tantos otros aspectos en los que destacaba. Fue una persona auténtica y profundamente culta, conocedor profundo de la historia, el arte, la literatura, y específicamente en el ámbito hispano. Un conversador de gran nivel, una de esas personas con las que era un gran gusto comer o cenar por lo mucho que de él siempre se aprendía. Tenía un sentido del humor impresionante y siempre estaba presto a la ironía. Podría contar tantas anécdotas en este terreno… basta mencionar con qué ironía manejó la experiencia del día en que, involuntariamente, nos perdimos en la ciudad de Cádiz. Fue un verdadero maestro en todo lo que hizo, yo siempre le consideraré así, pero por encima de todo acabo de perder al gran amigo que tuve. Y ese ha sido un gran privilegio para mí.