El Turismo, como cualquier actividad económica, supone una serie de impactos que pueden ser positivos y negativos.
Los negativos ya se han demostrado en diversos estudios científicos especializados. Entre ellos, interrelacionados, aparecen la masificación, la contaminación y la insatisfacción de los turistas y de los residentes. Los 3 coinciden con una falta, más o menos grave, de Planificación Turística desde las administraciones públicas. En muchos de ellos redunda una falta de profesionales especializados detrás de la toma de decisiones, la redacción de normativas reales y vitales en materia turística, que en muchas ocasiones han venido a dejar esto hecho un verdadero erial.
Siempre ha sido la concejalía 'cenicienta'. Con fondos para eventos, publicidad y promoción luce mucho, cuando se apagan los focos sólo queda el hollín del trabajo callado para poner de acuerdo a todos los stakeholders locales, coordinar intereses, elaborar planes y, cómo no, tomar decisiones mancomunadas con ellos.
La contaminación o el exceso de consumo de recursos y servicios revierte en unas calles más sucias, menor calidad de vida de la población residente que paga impuestos pero cuyos servicios disfrutan también los que vienen de visita. Pero si el destino no está preparado para sostener todo el sistema de servicios públicos locales entre propios y ajenos, queda demostrado que no ha existido coordinación y, ahora ¿quién le pone el cascabel al gato?
Entretanto, crecen sin control ni conocimiento los pseudoservicios turísticos atendidos por personas que quieren sacar un complemento sin conocer 'el paño'. Con buena voluntad, innegable, pero sin dedicación plena por y para un sector que trabaja para obtener la satisfacción del turista. Está íntimamente ligado a la falta de pensamiento a medio-largo plazo: amateurismo, crecimiento del intrusismo profesional, lo que conduce, inexorablemente, a la caída de la reputación de un destino turístico.
¿Las soluciones? ¡Esas grandes desconocidas!, ya no sólo valen con la gobernanza público-privada, a riesgo de contar con algunos colectivos vecinales que, en muchas ciudades, tienen un vector ideológico bastante sectario y excluyente, tampoco vale con decretazos, ni con restricciones y multas.
Quien nos ha traído aquí habría de purgar su culpa con el descrédito y la marginación intelectual, pero ¡ay, qué bonito es pagar eventos! y comprar amistades a golpe de talonario público, lo de trabajar el hollín que lo hagan otros.