Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Lo de España y su permanencia

11/10/2023

Destacaba Felipe VI, durante la ceremonia de jura de bandera de la Princesa Leonor, que la Corona es la garantía de la unidad y permanencia de España, y es, ciertamente, una frase rotunda que cada uno puede llevar o interpretar hasta donde quiera. Lo cierto es que en un país como el nuestro, tan aquejado de tensiones centrifugas, esta institución, últimamente impoluta en su imagen, tras el descalabro último y la decepción asociada a Juan Carlos I, se nos muestra como una garantía de una mínima tranquilidad en el mar de las incertidumbres recientes, aunque conviene no engañarse con elucubraciones ingenuas y fuera de lugar, porque el trabajo en pos de la unidad y la permanencia no nos lo va a hacer nadie.
Mañana celebramos un nuevo día de la Fiesta Nacional en medio de una zozobra generalizada sobre las posibilidades del gobierno próximo que, si se cumplen una buen número de pronósticos, se asentará sobre una aritmética parlamentaria tan extraña como legitima, porque, se mire por donde se mire, y por más relatos edulcorantes que nos  quieran vender, no deja de ser una gran extrañeza que se pacte la permanencia de un presidente del Gobierno con un prófugo de la Justicia por  haber intentado quebrar muy gravemente el orden constitucional y democrático español. Una investidura así, si se llega a producir, no deja de ser un camino tortuoso, retorcido y forzado.
Ese es un peligro cierto para la permanencia de España y al Rey no le queda otra que darle curso por más que sea igualmente extraño que, desde su arbitraje constitucional,  tenga que proponer al Congreso de los Diputados a un candidato a presidente cuyas cartas credenciales son formalizar un pacto con los que ni le saludan, ni hablan con él y, además, en los momentos de mayor exaltación, queman su retrato. Pero más peligros aún es que haya niños en algunos territorios del país que no sientan ningún tipo de vínculo afectivo con la idea de España, que pasen de la emoción por el rio que pasa cerca de su terruño a una emoción indefinida por el universo general en el que habitan,  sin pararse en el encuadre histórico más evidente del que forman parte. Mañana celebramos también el día de la Hispanidad, uno de los grandes bloques culturales de la humanidad cuya fundación se debe en gran medida a nuestro país. En cambio, en los países de iberoamérica, según las últimas encuestas, la mayoría de los niños no son capaces de situar a España como el país más influyente en su propia historia. Algo estamos haciendo mal.  Hay un problema de autoidentificación, de autoestima y de proyección, y tiene una relación con esa idea de país pequeñito que nos gusta cultivar a nosotros mismos al tiempo que nos ponemos un pinganillo para entendernos teniendo un idioma común que, además, comparten quinientos millones de seres humanos en todo el mundo. Hay una relación, sí, entre lo que les ocurre a los niños hispanos a la hora de valorar la importancia de España en su cultura y la propia valoración que tenemos de nosotros mismos los españoles. Falla la medula espinal en nuestra propia consideración y en el valor que le damos al Estado que se manifiesta en pactos extravagantes que no tengo claro si se podrían plantear en algún país del entorno, pero también fallamos al pensar que nuestra permanencia como país finalmente depende de lo que haga o diga el Rey de una monarquía parlamentaria.
Para que España permanezca más que fantasías de salvadores de la patria imposibles, necesitamos un patriotismo mayor edad con una democracia más perfecta y mejor construida. Necesitamos un relanzamiento urgente de la democracia en su dimensión más genuina y directa, con menos aritméticas y cambalaches. La aritmética parlamentaria se impone al modo de una gran espesura entre lo que queda depositado en una urna y lo que ejecutan los órganos representativos en virtud de los pactos. Porque es cierto que el entendimiento y el diálogo entre diferentes es la virtud esencial de la democracia, pero  lo es  aún más, y por encima de todo, la voluntad popular, y hay mecanismos para interpretarla más efectivos que la excesiva aritmética parlamentaria. Por ejemplo, la doble vuelta entre las dos candidaturas más votadas, o, sin salirse de la Constitución, una ley electoral que deje de sobredimensionar a la pandilla de los que quieren destruir la casa común.