El archivo de la inquisición conserva un expediente en el que se juzga a varias vecinas de Argés, cuyos nombres eran María Ruano (alias la Pachita), su hija Magdalena Muñoz, Florencia Rojo, Manuela de la Soledad y Josefa Gómez (la Estanquera) y a las cuales se les acusó de maleficios y curanderismo. Una de las primeras actuaciones que realizaba el Santo Oficio cuando había una denuncia, era comprobar si existían denuncias previas en cualquier otro tribunal para confirmar si esa persona era reincidente y si había estado inmersa en otras denuncias y procesos similares. Consultados los archivos se localiza un expediente en el tribunal de Toledo, en el que Josefa Gómez -la Estanquera-, aparece en los años 1779 y 1780 acusada de blasfemias y supersticiones. Josefa era natural de Talavera de la Reina y estaba casada con Lorenzo Navarro, de oficio guarnicionero; era alta, gruesa, trigueña de color y pelo y ojos negros, de unos 49 años de edad. Estos pecados ya los había penitenciado tiempo atrás.
Uno de los primeros testigos llamado a declarar fue Francisco Carrasco, casado con Clara Ruano y de 28 años de edad, siendo su oficio el de calero, natural y vecino de Argés. Confesó que ciertas mujeres de su pueblo le tenían maleficiado, sin poderse ver libre de dolores en todo el cuerpo, e «imposibilitado de convivir con su propia mujer», de manera que cuando se quería recoger con ella en la cama, «se siente con una desazón inexplicable y con unos dolores extraños e insufribles en sus partes», que le obligaban a apartarse de la cama y separarse de su pareja. Sospechaba de una tal María Ruano, vecina de Argés y también de Florencia rojo, así como de una tercera mujer llamada Josefa García, en cuya casa se juntaban frecuentemente las tres a tratar sobre los modos y medios de maleficiar a otros muchos hombres, cosa que era sabida por todo el pueblo. Cuenta el declarante que Florencia Rojo le había dicho que lo que le pasaba es que tenía hechizos, aconsejándole al mismo tiempo, que acudiese a una mujer de Los Navalucillos para que le curase.
Se ve que con este diagnóstico nuestro amigo Francisco no quedó conforme y por ello acudió a otra de nuestras protagonistas, en este caso a Josefa García, la cual le dijo que quien realmente le había hechizado era María Ruano, ya que quería gozar con él. Entre los detalles que estas hechiceras contaron a su convecino, se le indicó que si ellas querían, con tan solo su aliento podían hacer el mal a cualquier persona, algo que demostraba el poder que llegaban a tener. Recordó el caso protagonizado por María Ruano, la cual hizo unos hechizos con un puñado de almendras y pasas a un tal José García, quien al poco tiempo murió. Otro caso más cuya culpable fue Florencia Rojo, le sucede a un vecino llamado Francisco Aguilera, quien una noche vino al pueblo desde una viña, arrastrándose por la tierra, ya que venían dándole muchos golpes y no llegó a ver en ningún momento quien o quienes se los producían, tras lo cual Florencia se jactó de lo sucedido y provocó que se pasara mucho tiempo en cama sangrando. Confesados otros tantos casos, declara Francisco que de todas las que se dedicaban a hechizar en Argés, la más poderosa era María Ruano y la seguía su hija Magdalena Muñoz. Tan obsesionado llegó a estar Francisco con la hechicera María Ruano, que noche sí y noche también, soñaba con ella, llegando a tener sueños más placenteros de lo habitual con la susodicha María. Haciendo caso a lo que le habían recomendado, pidió ayuda a una hechicera de Los Navalucillos llamada María Moreno, la cual examinándole y preguntándole determinadas cuestiones, llegó a adivinar varias cosas sobre María Ruano (que en teoría no debía conocer) como su aspecto, forma de vestir, etc. Esto provocó que Francisco creyera en ella y que incluso la invitara a Argés para poder curarlo del todo. Allí se presentó María y le dijo que lo que debía hacer para ponerse bueno era «pecar con María Ruano». A esto se negó taxativamente nuestro amigo Francisco y dijo que prefería morir antes que realizar esa curación.
Llegados a este punto, se nos ocurre pensar como teoría, que quizá la hechicera de Los Navalucillos realmente conociera a María Ruano, y ésta última encaprichada de Francisco, utilizó a su compañera de hechizos para convencerle de que se acostara con ella, si bien, este pobre hombre, entre el susto que tenía encima y la sugestión del supuesto poder mágico de sus convecinas, se creyó todo lo que le contaba la hechicera de Los Navalucillos. Una de las fórmulas que le recomendaron para poderse curar, era que llevase los Santos Evangelios y la regla de San Benito, así como una porción de ruda y una parte de agua bendita, sin que le viera ninguna de las hechiceras del pueblo, algo que como pueden imaginar no mitigó los dolores y padecimientos de Francisco.
No faltaron los remedios con animales para que Francisco terminase sus padecimientos, ya que otro de los remedios que le facilitaron consistía en meter un sapo en un cazo y dejarle allí para que se muriese y se secase. Después tenía que conseguir un trozo del vestido de la hechicera María Ruano y algunos cabellos suyos, lo cual tenía que quemar junto a una vara de higuera; las cenizas que se produjesen debía revolverlas con los polvos del sapo y luego lo debía desleír todo con agua. Una vez mezclado con el agua debía tirarla a los pies de María Ruano para conseguir que el hechizo finalizase.
Encontramos también la declaración de otro afectado por estas hechiceras, llamado Francisco Aguilera, de 38 años y viudo de María Martín. Confiesa que lo que le ha movido a declarar son las malas acciones de una mujer de Argés llamada Florencia Rojo, la cual además de esa mala fama que tiene, también puede afirmar el declarante que ha sufrido en sus propias carnes los maleficios que ella le ha causado; cita por ejemplo una «quimerilla» que tuvo Florencia con la mujer del declarante, en cuyo enfrentamiento la primera amenazó a la segunda, tras lo cual, al poco tiempo falleció, algo que relacionó el viudo con la amenaza de Florencia.
El proceso contra las acusadas se inició en el tribunal toledano y en una de las declaraciones que realizó María Ruano, la que según todos los datos era «la más peligrosa», afirmó que los hechizos los realizaba de diferentes formas, «unas veces con una palmada, otras con saliva y otras con un soplo». A medida que avanza el proceso nos enteramos de más datos curiosos, como que la acusada María Ruano era tía de la mujer de Francisco Carrasco, es decir que había cierto parentesco entre ellos y posiblemente María, desde hacía años, pretendía ya a Francisco y por consiguiente no le sentó nada bien que finalmente se casara con su sobrina y no quisiese tener relaciones con ella.