Amediados de los años 80, con el PSOE firmemente asentado en el poder y España viviendo una época floreciente y de creciente prestigio mundial, el ministro Carlos Solchaga llegó a proclamar, sin rubor alguno, que éramos el país donde uno se podía hacer rico antes que un ministro. Y, en efecto, algunos se hicieron y mucho. La expresión «dar un pelotazo» tiene bastante que ver aquello. Y si hubo un representante máximo, icónico y deslumbrante ese no fue otro que Mario Conde. Él era el referente y espejo al que querían imitar los jóvenes estudiantes de Económicas y Derecho que aspiraban a pilotar, ya no solo el mundo de los negocios, sino llevar el timón de la nación.
Mario Conde era entonces la imagen misma del triunfador. Una carrera brillante, un ascenso imparable y una imagen carismática. Sus trajes, su estilo y su pelo engominado eran todo un símbolo y un modelo a imitar.
Ciertamente su progreso había sido asombroso. Nació en Tui (Pontevedra) en el año 1948 y cursó sus estudios superiores en la jesuítica y selecta Universidad de Deusto con aplicación y resultados excepcionales. Con 24 años, aprobó las oposiciones a Abogado del Estado con la mejor nota de la historia y a los 28 era director general adjunto en los Laboratorios Abelló, donde había llegado a la Presidencia el vástago del fundador, Juan Abelló.
La alianza de ambos iba a dar lugar a una serie de operaciones que asombraron al mundo financiero. En 1983 se produjo la venta de la compañía a la multinacional Merck Sharp and Dohme por 2.700 millones de pesetas. Pero ello solo fue el principio. El siguiente paso en el año 1984 fue lograr el control del accionariado del laboratorio farmacéutico español Antibióticos S.A. en alianza también con los hermanos Botín. Abelló era el socio mayoritario, con casi un 50 por ciento, seguido por los Botín, con un 23 , y de Conde, con un porcentaje también relevante. La gran jugada fue vender la empresa tan solo tres años después por la exorbitante cantidad de 58.000 millones de pesetas. La mayor operación económica realizada hasta entonces en España.
Mario Conde ya no podía ni quería parar. Él y Abelló pusieron sus ojos en Banesto, uno de los grandes bancos españoles, tomando una buena parte de su capital y siendo nombrados ambos vicepresidentes de la entidad.
Banesto pasaba por dificultades y se encontró con la OPA hostil de otro de los grandes, el Bilbao. Parecía inevitable pero Conde se revolvió, consiguió convencer al Consejo de que la rechazara y él se aupó a la presidencia de la entidad en sustitución del histórico Pablo Garnica. Sin cumplir aún los 40 años, en 1987, Mario Conde había llegado a la cúspide del poder financiero español. Se produjo por entonces la ruptura con Abelló, que se separó, y no por las buenas, de él.
Fue cuando yo comencé sino a tener trato, nunca lo tuve de forma personal, si a conocer mucho de él. Yo trabajaba en el semanario Tiempo, a las órdenes de Julián Lago y este tenía gran amistad y privanza con él, que seguiría manteniendo y aún aumentando cuando Lago fundó Tribuna y acabó por llevarme con él como adjunto al director.
Fueron los grandes años de esplendor de Mario, de las grandes movidas financieras, de Kio y Javier de la Rosa, de los Albertos y tantos otros estrellatos que iban acabar estrellados y dar en la cárcel con muchos de sus protagonistas. De la Rosa y Conde, los más señeros.
A Conde, más que el dinero, le atraía el poder. El Felipismo comenzaba a hacer aguas por muchos lados y la palabra corrupción empezó a ser recurrente. Mario Conde llegó a pensar, lo sé muy bien, que él podía ser la «solución». De hecho, encargó encuestas al respecto. Hoy puede pensarse que era descabellado, y lo era entonces también. El PP de Aznar avanzaba con fuerza, pero Mario llegó a soñar con ello. Y algunos hasta creyeron que lo podría conseguir.
Porque todo le sonreía, todo era agasajo y genuflexión. El 9 de junio de 1993, en el Paraninfo de la Universidad Complutense de Madrid, en presencia del rey Juan Carlos y con todo el poder económico, político y mediático aplaudiendo (estuve entre los invitados al lado de mi buen amigo y colega Pepe Oneto) fue nombrado doctor honoris causa. Nadie discutió sus merecimientos aunque maliciosamante su entonces rector, Gustavo Villapalos, me secreteó que había tenido un precio. Conde iba a sufragar la creación de un espectacular Jardín Botánico para la universidad.
No hubo jardín y la baraka de Mario Conde se acabó. Quizás tuvo que ver la imprevista guerra de Kuwait y el pánico financiero que provocó, pero lo cierto es que Banesto bajo su dirección tenía un agujero descomunal (450.000 millones de pesetas) que provocó su intervención por el Banco de España y su destitución. Y ahí comenzó su bajada a los infiernos.
Se empezaron entonces a destapar y judicializar sus irregularidades. La primera que no parecía mucho y pensó que escaparía sin daño: el caso Argentia-Trust. Poca cosa, solo 600 millones de pesetas, 3,6 millones de euros. Pero le cayeron (1997) seis años de cárcel de los que cumplió año y medio.
Fue el principio del fin. Lo peor estaba por llegar. El caso Banesto. Fue un largo proceso y un juez instructor, nada dado a la televisión, eso era cosa de Garzón, sino a perseverar con rigor en su función que se llamaba y se llama Manuel García-Castellón, a quien no le tembló la mano.
Cuando tuvo los indicios suficientes no dudó en procesarlo y llegó hasta el final. Como llegó después en los procesos contra ETA, contra el PP en Púnica y ahora intenta lo mismo con el separatismo y Carles Puigdemont. Simplemente, un juez.
Fue una época convulsa y esa sí la conozco bien, pues había ya por entonces llegado a director de Tribuna de Actualidad en 1996. No mucho antes de cesar en su cargo, Julián Lago me propuso escribir una novela que ficcionara y exculpara al banquero, que escribiríamos los dos y firmaría él. Les prometo que así me lo «ofreció». Recuerdo el título que quería ponerle: Matar a Mario.
De aquellos años guardo la memoria de situaciones enrevesadas, tensas y duras y presiones de todo tipo, algunas que ni hoy se pueden decir. Bastante hubo con aguantarlas. Hubo cosas tan feas como la amenaza que pendía sobre notorios personajes, vídeos escabrosos de índole sexual que alguno cercano al imputado definió como «sus poderes».
Sí puedo contar, porque entonces lo publiqué, un asunto que hoy se ha campaneado como gran descubrimiento y novedad y que ha sido aderezado por las mentiras de quien lo protagonizó y que tanto tiempo había vivido de cobrar por callar. Lo de Bárbara Rey, María Antonia Martínez, cuando llamaba a algún teléfono y lo cogía yo y hasta ahí puedo leer, y de su relación íntima con el Rey. Titulamos «Chantaje al Rey», con un triángulo de fotos de ella, junto a Conde y de La Rosa. Ahora el hijo de la actriz ha declarado lo que era ya entonces sabido. Qué siendo un niño, el vídeo lo había grabado él. También Conde ha querido hacerse el buen amigo y salvador contando que él «avisó» al monarca del peligro. Me parece a mí que aquel aviso fue otra cosa, pues la actriz se había puesto antes en contacto con él y a quien le podía interesar la mercancía era obvio, pues estaba ya en el banquillo.
No hubo presión que valiera ni podía valer. La Justicia actuó. La Audiencia Nacional lo condenó, el 31 de marzo de 2001, a 14 años de prisión. Recurrió, pagó una fianza de 500 millones de pesetas y de momento se libró de la cárcel. Ingresaría en prisión en 2002, cuando el Tribunal Supremo aumentó su pena a 20 años y a una elevada cantidad de dinero de la que aún le quedan siete millones de euros por pagar. Así figura en la relación de morosos de Hacienda.
En la cárcel de Alcalá-Meco marcó todo un hito. El trato privilegiado acabó por suponerle el cese al director de la prisión. Por lo demás, fue un preso ejemplar y por ello y por todos los beneficios penitenciarios que obtuvo, consiguió en el año 2006 la libertad condicional. Una viñeta en El Mundo, quizás de Gallego y Rey, la memoria me puede fallar, se hizo famosa. En el patio de la cárcel hasta las ratas caminaban atildadas y con el pelaje untado de brillantina. Conde se hizo famoso entre los reclusos y muchos le guardan aprecio porque los ayudó en sus causas y a algunos en su formación
Algún tropiezo con la Justicia aún llegó a tener después y fue inculpado al repatriar dinero que tenía fuera de España. Pero consiguió la completa absolución por esa causa, pues no se le pudo probar que tuviera origen fraudulento.
Realizó también algunas intentonas políticas. Consiguió hacerse con las siglas y la dirección del partido CDS que un día fuera fundado por Adolfo Suárez y que ya no era ni residual. El fiasco fue total. Lo intentó de nuevo fundando él mismo un partido, se prodigó mucho en televisión en cadenas secundarias y programas escorados, y se presentó a las elecciones autonómicas gallegas en 2012 como cabeza de lista. El trastazo fue aún mayor. La condena penal en su caso le ha acarreado, aunque quizás él no sea consciente, otra social. Y aún peor, el desinterés y el ostracismo.
La Universidad Complutense, aunque con un considerable retraso, pues tardó 14 años tras su condena en firme por el Supremo, le retiró el Doctorado Honoris Causa. También le supuso castigo de sus «hermanos masones», pues Mario Conde ingresó en la masonería regular española en el año 1980 (eso también lo publiqué) en la Logia Concordia de Madrid, donde no tardó en alcanzar el cargo de Venerable Maestro en octubre de 1984.
En 1986, algunos le propusieron que aspirara al cargo máximo de Gran Maestre de la Gran Logia de España, pero no le interesó. Pidió «plancha de quite» o sea pasar a «durmiente» en la Orden al año siguiente, cuando ya estaba escalando las altas cimas financieras. Al ser condenado por el Supremo, el gran maestre entonces de la GLE, Luis Salat me aseguró que había sido «irradiado» o sea expulsado. Pero he podido comprobar que una vez cumplida su condena pidió el reingreso y este fue aprobado. Me cuentan ahora que algunos años después se ha retirado y ya no tiene actividad. Sin embargo, otra fuente me indica que algunas conferencias sí ha dado. En la logia de Cartagena, tal vez. El mundo esotérico siempre le ha atraído mucho.