El Museo del Ejército, al cumplirse el 125 aniversario de la pérdida de las provincias de Ultramar, ha organizado una exposición temporal bajo la denominación '1898 el final de cuatro siglos de Cuba y Filipinas española'.
En el recorrido de la misma, una de sus salas, nos presenta un cuadro con la figura egregia de: D. Santiago Ramón y Cajal, el cual merece el apelativo de 'héroe de la ciencia', en honor a su obra científica, cuya importancia está universalmente fuera de duda.
En el mismo su autor, nos lo muestra de cuerpo cimbreño, vistiendo el uniforme de capitán médico del ejercito de ultramar. Asimismo, de su persona emana un halo espiritual que forjará su carácter.
Así, cuando su padre le aconsejó pedir la licencia absoluta, su respuesta no pudo ser más tajante: «Cuando termine la campaña será ocasión de seguir sus consejos; por ahora, mi dignidad me ordena compartir la suerte de mis compañeros de carrera y satisfacer mi deuda de sangre con la patria».
Como podemos observar, en su persona concurrian en perfecta armonía el ideal científico y el patriótico. Así, demostrará su amor a España desde la ciencia, reconociendo los errores y las vergüenzas, para hacer posible el cambio de las cosas.
Para un lector contemporáneo, posiblemente sea llamativa la importancia que Ramón y Cajal concede a la idea de patria y al concepto de patriotismo. Para él, la apelación al patriotismo es la más alta y rotunda que puede hacerse en orden a movilizar las energías morales de un ciudadano, de un compatriota.
Para Ramón y Cajal el patriotismo es un sentimiento que se vincula con el medio físico y con la memoria del pasado histórico. Además, es siempre crítico, rema contra corriente del tópico y se niega a condenar lo extraño cuando sea admirable, lo mismo que a defender lo propio cuando no existan motivos.
Asimismo, consideraba que las grandes pasiones del hombre de ciencia son el orgullo y el patriotismo. Trabajan sin duda, por amor a la verdad, pero laboran aún más en pro de su prestigio personal o de la soberanía intelectual de su país. Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza o el telescopio.
Ramón y Cajal estaba convencido de que la forma de articular el patriotismo era decisiva para determinar la prosperidad de una nación y de una cultura.
Asimismo, afirma que para nosotros los españoles, uno de los remedios, es proclamar la verdad, por molesta que sea, exponiendo francamente no solo en los libros sino hasta en las paredes de las aulas y de los paraninfos, con sus excelencias y méritos, los defectos y fracasos de la raza.
En este contexto, hace notar que él, al carecer de patria chica bien delimitada, puede manifestar que: «mis sentimientos patrióticos han podido correr más libremente por el ancho y generoso cauce de la España plena».
Esos mismos sentimientos le hacen gritar al mundo su españolismo cuando dice: «Soy, y ese es mi orgullo, español».