El ex alcalde Juan Ignacio de Mesa comentaba hace unos días en su columna semanal de La Tribuna que sintió «vergüenza ajena» cuando vio uno de los capítulos de la serie Toledo, cruce de destinos, la ficción histórica producida por Boomerang TV que la cadena Antena 3 emitió hasta el pasado 3 de abril. Cuando se produjo la convocatoria para la selección de figurantes (que tuvo lugar durante el mes de septiembre en la Sala Thalía, en el barrio de Santa María de Benquerencia) y llegaron los primeros rumores sobre el rodaje, en localizaciones como el Puente de Alcántara, el denominado Palacio de Galiana y el Castillo de Guadamur, desde este periódico recomendamos a los aficionados a la buena ficción histórica, «a quienes siguen poniendo Yo, Claudio por encima de Águila roja, que no se expusiesen a una decepción más que lo necesario».
Cuatro meses y trece episodios después, la decepcionante interpretación del Toledo medieval emitida por Antena 3 -que instituciones como el Ayuntamiento ensalzaron por su promoción del nombre de la ciudad y cuya presentación audiovisual estuvo arropada por un representante de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas- ha reabierto el debate sobre la escasa sensibilidad de los medios audiovisuales a la hora de afrontar proyectos históricos (por mucho que Toledo, cruce de destinos fuese promocionada durante meses como una «recreación fiel de la convivencia entre musulmanes, cristianos y judíos»). Durante todo este tiempo, ajenos a la proliferación de clichés sobre una de las épocas históricas más brillantes de esta ciudad, los seguidores de la serie han hecho correr ríos de tinta en foros de opinión y redes sociales en Internet, mostrando en la mayoría de las ocasiones un entusiasmo solamente comparable a su desentendimiento de las normas ortográficas. En el extremo contrario, historiadores y especialistas en el estudio de la Edad Media han levantado el hacha de guerra con el convencimiento de que Ramón Menéndez Pidal (a quien Samuel Bronston tampoco hizo mucho caso durante el rodaje de El Cid, que protagonizó Charlton Heston en 1961) estaría revolviéndose en su tumba. El historiador del arte Enrique Villuendas Salinas, profesor y recreacionista (secretario del Grupo ‘Feodorum Domini’, de Zaragoza) es uno de estos expertos.
«Cuando un producto televisivo es presentado como una ficción histórica, evidentemente nadie espera que refleje de un modo rigurosamente exacto las fuentes documentales de las que los historiadores disponemos, ya que se trata de una ficción destinada al entretenimiento, no de un documental con finalidad didáctica», según sus propias palabras. Sin embargo, «lo que sí es de esperar es un mínimo de rigor en la recreación de los personajes históricamente documentados, el vestuario, las formas de pensamiento o la cultura material, de todo lo cual poseemos información en abundancia tanto en fuentes primarias (literarias, históricas, artísticas y arqueológicas) como en estudios y ensayos posteriores, que en el caso que nos ocupa cuentan con las aportaciones de eminencias como Julio Valdeón, Luis Suárez, Gonzalo Menéndez Pidal o Claudio Sánchez-Albornoz, por poner sólo unos pocos ejemplos».
La propia ciudad
«La vida cotidiana sólo por casualidad y en contados aspectos tiene algo que ver con lo que fue realmente el Toledo de finales del siglo XIII, una ciudad que da nombre a la serie y que, dicho sea de paso, brilla por su ausencia en la misma, ya que la mayor parte de los capítulos fueron rodados en Pedraza (Segovia), el castillo de Guadamur y los decorados (magníficos, por otra parte) de los estudios de Antena 3 en Madrid».
En realidad, a juicio de Enrique Villuendas, estos decorados -obra de Javier Toledo, bajo la dirección artística de David Temprano y con el asesoramiento del catedrático José Miguel Merino de Cáceres, de la Escuela de Arquitectura de Madrid, y María José Martínez Ruiz, profesora de la Universidad de Valladolid- serían los únicos elementos que, junto con parte del atrezzo, merecen interés.
«La corte de un monarca medieval era itinerante, no tenía residencia fija, y la del rey don Alfonso se fue desplazando por toda la geografía del reino: Burgos, León, Toledo, Sevilla... En la serie, sin embargo, toda Castilla parece centrarse en Toledo, y hasta los personajes se refieren a la ciudad como si fuese la única existente en el reino». Una Castilla que, por otro lado, «nunca tuvo problemas políticos con Navarra», como se ha mostrado, «ni tenía don Alfonso nada que temer de la vecina Francia, una de cuyas princesas estaba casada con el infante Fernando».
De la verdadera ciudad de Toledo aparecen en la serie solamente una recreación elaborada por la empresa Telson a partir de la célebre vista con el Puente de Alcántara en primer término, el Palacio de Galiana (incrustado digitalmente en mitad del casco medieval de Pedraza) y algunos elementos decorativos inspirados en la sinagoga de Santa María la Blanca, como el interior del scriptorium en el cual se ha querido condensar, en una especie de falso aulario, el trabajo de la Escuela de Traductores.
El rey Alfonso X
«Enérgico, culto, poderoso y de fuerte personalidad» son los calificativos con los que el profesor Enrique Villuendas se refiere al monarca de Castilla, totalmente alejado del rol interpretado por Juan Diego, «falto de toda resolución y autoridad, al que manejan a su antojo dos personajes maquiavélicos como son el conde de Miranda y el arzobispo Oliva». De los once hijos que el rey Sabio tuvo con la reina Violante de Aragón (la actriz Patricia Vico), en la serie aparecen solamente dos, los infantes Sancho y Fernando de la Cerda, «y, además, confundiendo gratuitamente su edad, pues Sancho era el segundón, mientras que Fernando era primogénito y, en la época en que está ambientada la serie, estaba casado con una princesa gala y tenía dos hijos». Es especialmente acusada la distorsión en la personalidad de don Fernando (Jaime Olías) -«que ya había sido nombrado por su padre regente de Castilla cuando el rey don Alfonso viajó a Alemania para presentar su candidatura al trono imperial (lo que la Historia conoce como «el fecho del Imperio» y que brilla por su ausencia en la serie)»-, a quien Toledo, cruce de destinos presenta como «un adolescente incapaz y alocado que sólo piensa en divertirse con sus ‘amigos’, protagonizando situaciones estúpidas más propias del patio de un instituto que de la corte del monarca más poderoso de España». No aparece mejor parado su hermano Sancho, el cual es presentado en la serie «como hijo ilegítimo de Alfonso, lo cual es históricamente otra aberración».
Caracterización
«Sobre la España de la segunda mitad del siglo XIII disponemos de documentos excepcionales que nos ilustran sobre el vestuario, tocados, peinados, complementos y un sinfín de aspectos de la vida cotidiana medieval, como Las Cantigas de Sancta María, elaborado por el propio rey Sabio en torno a 1278, o el Libro de los Juegos y Tablas, del mismo autor. En ellos podemos encontrar todo un vademécum para la recreación fidelísima de ropas, tejidos y ornamentos de los personajes de distintas culturas y clases sociales en el siglo XIII». Sin embargo, por mucho que los responsables de la serie aseguren haberse inspirado en esas mismas fuentes, el resultado es, para este profesor, «un catálogo de invenciones que demuestran más interés en la creatividad moderna que en la recreación medieval».
Ejemplo de esto son los atuendos de las mujeres, «vaporosos tules con diademas de paño (que no aparecen hasta doscientos años más tarde, y en las cortes borgoñonas e italianas), y vestidos con larguísimas mangas lanceoladas propias de Rapunzel o Blancanieves (las mangas del XIII eran ceñidas a la muñeca en todos los ejemplos representados)». Otro error serían los cinturones, «anchos de tres o cuatro dedos, y con hebillas descomunales». Por otra parte, se echan en falta «prendas tan comunes como el pellote, que en la serie sólo visten Elvira, Blanca y la reina Violante, aunque de forma incorrecta», mientras que sobran «prendas difíciles de identificar de cuero sintético con tachuelas hasta en la bragueta, sayas encordadas por la espalda (cuando el encordado era siempre en el costado izquierdo), tejidos con brillos sospechosamente sintéticos y unos estampados dignos de un sillón tapizado del siglo XIX».
Uno de los errores más escandalosos en cuanto a la caracterización de actrices es la representación de sus tocados. «En el siglo XIII, una dama respetable, a excepción de las doncellas menores de trece o catorce años, jamás llevaba el pelo suelto, sino recogido en alguno de los muchísimos tocados que nos manifiestan las fuentes artísticas. Sólo las prostitutas hacían alarde de sus cabellos en público, considerados como un signo de fuerte atracción erótica. Pero en el Toledo de Antena 3, al parecer, toda dama era puta, pues todas ellas sin excepción muestran su lujuriosa melena ante los hombres sin recato alguno...».
Otra mentalidad
Según Enrique Villuendas, el adulterio y la bastardía eran habituales durante la Edad Media, puesto que el matrimonio era entendido entre los poderosos como un mero contrato para unir fortunas familiares. «Sin embargo, en la serie encontramos damas escandalizadas y ultrajadas porque sus esposos tienen amantes, hijos bastardos y aventuras extramatrimoniales que eran absolutamente comunes en la Europa del Medievo». En este sentido, el propio Alfonso X tuvo tres amantes históricamente documentadas que le dieron otros tantos bastardos, «algunos de los cuales gozaron de altas posiciones en la corte, pues la etiqueta de bastardía entre reyes y nobles no era en modo alguno un baldón infamante y podían gozar incluso de derecho a la herencia de sus augustos progenitores».
Otros anacronismos que aparecen reflejados en la serie tienen que ver con la condición de la mujer en la Edad Media (Fátima, la joven musulmana, se indigna por el hecho de que su padre le haya buscado marido sin consultarle) y la dimensión religiosa. «Los hombres que edificaron las catedrales góticas vivían en un continuo temor y esperanza en la Divinidad, pero en Toledo, cruce de destinos apenas atisbamos a los personajes en misa, ni mucho menos rezando, santiguándose o encomendándose a los Cielos. Ni siquiera el arzobispo Oliva, cuya religiosidad parece mostrarse más de cara a la galería que fruto de un íntimo convencimiento, apareciendo más como un cortesano intrigante que como un prelado medieval». Un arzobispo que, dicho sea de paso, jamás existió durante el reinado de Alfonso X de Castilla (los prelados toledanos que coincidieron con su reinado, entre 1252 y su muerte en 1284, fueron Sancho de Castilla, Domingo Pascual, Sancho de Aragón, Rodríguez de Covarrubias y el importante García Gudiel).
En cualquier caso, probablemente el mayor anacronismo sea «el ‘compadreo’ que podemos ver entre el infante don Fernando de la Cerda y sus ‘amiguitos’ Martín y Cristóbal, simples criados que se atreven a tutear a su señor y reciben un trato de igualdad impensable en la sociedad toledana del reinado de Alfonso X». Enrique Villuendas opina que «los diálogos estúpidos» entre estos tres personajes, «supuestamente pensados para ‘quitar dramatismo’ a la serie, merecerían comentarios mucho más mordaces y extensos...».
Tres Culturas
Lo que en realidad no fue sino una «‘coexistencia pacífica’ pendiente de un hilo en la que los cristianos imponían su ley a musulmanes y judíos recluidos en sus respectivos barrios (morerías y juderías), sin apenas contacto cotidiano entre unos y otros y protagonizando en demasiadas ocasiones roces, reyertas y enfrentamientos a duras penas evitados por las autoridades», aparece representada como una convivencia en la que los judíos (como Abraham, interpretado por Álex Angulo) no se rigen por costumbres kosher, apareciendo ataviados asimismo con vestimentas que «nada tienen que ver con las que nos muestran las fuentes artísticas».
La casa del alfaquí Taliq (el restauradísimo Palacio de Galiana), para concluir con este apartado, «dista mucho de las viviendas musulmanas, recoletas, cerradas en sí mismas, convertidas en pequeños ‘castillos’ que sólo sus dueños y sus invitados podían disfrutar». Comparten en la serie esta circunstancia las habitaciones de la reina Violante, en las que parece poder entrar «cualquiera a todas horas, lo cual era impensable, máxime tratándose de la reina de Castilla».
Armamento militar
Las espadas que lucen los soldados (que, por cierto, «van uniformados todos iguales con pespuntes azules con las armas de Castilla y León, cuando la uniformidad militar no aparecerá hasta el siglo XVIII») son mandobles «que corresponden a modelos cien o doscientos años posteriores». Especialmente «escandalosa», expresa el medievalista, es la espada del magistrado don Rodrigo (Eduard Farelo), realizada precisamente en Toledo por José Moreno, con guarniciones de Fernando Santamaría. «Cuando un asesor histórico (si lo hay) se encuentra prendado de El Señor de los Anillos o de Juego de Tronos es mejor que no se meta a diseñar espadas medievales históricamente documentadas, porque pasa lo que pasa».
La recreación de ejércitos de leva (que no existieron hasta los Reyes Católicos) y la pusilanimidad del mismísimo rey de Castilla «a la hora de ampliar sus feudos a punta de espada» son otros de los errores detectados por Enrique Villuendas Salinas, un profesor de Historia cuyo principal afán a la hora de seguir esta serie («todo ello sin entrar en valoraciones subjetivas sobre la interpretación de los actores...») ha sido guiar a sus alumnos por el camino más correcto posible. Ahora, a esperar a que TVE estrene su proyecto sobre Isabel la Católica...