Ha decidido Pedro Sánchez que durante 2025 va a dedicarse el Gobierno de España con ahínco y tesón a celebrar la muerte de Franco. Considera que este asunto es una prioridad nacional. Para Sánchez las prioridades se miden en términos de conveniencia personal, y cada conveniencia es envuelta, eso sí, con un relato político primoroso, incontestable, redondo. En este caso el relato de la libertad. Palabras mayores. Cuando murió Franco Sánchez tenía tres años. Lo reconozco perfectamente porque tengo su misma edad. Ni Sánchez ni yo somos capaces de recordar nada de todo aquello por más esfuerzos que hagamos. Sí que somos capaces de recordar, en cambio, aquella España de nuestra adolescencia, aquella España de los ochenta, pletórica de libertad, en la que Felipe González ganaba elecciones con unas mayorías absolutas aplastantes que jamás hemos vuelto a conocer. Aquella España libre y alegre gobernada por aquel PSOE que, sin embargo, todavía veía a muchos franquistas circulando por sus calles, gentes que conseguían llenar el Paseo de la Castellana algún domingo de noviembre para gritar «Franco, Franco, Franco», gentes, al final, que en su mayoría, salvo alguna minoría 'blaspiñarista', votaban a la hora de la verdad, es decir, a la hora de las urnas, a Fraga o a Suárez, no a opciones de extrema derecha. En la España de los ochenta que ganaba de calle Felipe y que llenaba algún domingo de noviembre de 'fachas' sus calles, se imponían las ganas de convivir, tal vez la necesidad imperiosa.
Cuando Franco murió en 1975 algunos brindaron y otros lloraron. En España en aquel momento había antifranquistas y había franquistas, que nadie lo dude, había mucho de los dos grupos, pero lo que consiguió el franquismo fue que las personas en general pasaran de la política. En 1975, salvo las minorías más activas, la gente era apolítica. A Franco le salió perfectamente la jugada y murió en la cama. Si la sociedad estaba en el franquismo desconectada de la política por la falta de práctica, con Pedro Sánchez se va a conseguir lo mismo por el camino del hastío provocado por la saturación. Si aquello era un perro flaco sin alimento de ideas y discusión pública, lo de ahora es un obeso de 'fast food' engullendo a marchas forzadas relatos y contrarelatos, polémicas y más polémicas, desencuentros gratuitos e interesados. Hay saturación de tanto relato a conveniencia de parte, y hartazgo, porque a día de hoy en España no hay ni un cinco por ciento de españoles dispuestos a rendir homenaje a una dictadura, pero son más los que, aún así, no están dispuestos a entrar al trapo de relatos prefabricados. Los juicios sobre el franquismo son diversos en matices y tonalidades, pero la voluntad de vivir en democracia es abrumadoramente mayoritaria.
Lo milagroso fue que aquella España de franquistas y antifranquistas cediera parte de su terreno para darse la mano. El Suárez que venía del Movimiento Nacional con el Carrillo que venía del exilio, por ejemplo, y así a lo largo y ancho de un camino intenso y complejo que desembocó en décadas de un cierto sosiego, un milagro colosal en la historia reciente de España. Pedro Sánchez celebra la muerte de Franco bajo el epígrafe de 'Cincuenta años en libertad', aunque en rigor aquel camino comenzó tres años después, en 1978. Fue en ese momento cuando la planta germinó, porque antes podía haber pasado cualquier cosa, otra guerra civil, por ejemplo. Será en 2028 cuando la Constitución cumpla sus cincuenta años. ¿Llegará a cumplirlos?. Eso es lo que nos debería preocupar, porque si la Constitución llega a esa edad sí que sería el momento de hablar de la libertad, de la que se vivía a pulmón lleno en aquellos años ochenta posteriores al 78, y del estado de la libertad en este momento de nuestra historia. Y sería también un buen aniversario para plantear las reformas necesarias y urgentes del texto constitucional, pero eso solamente lo puede hacer un acuerdo de amplias miras entre las dos Españas que siguen latiendo a veces con furor, las mismas que se dieron la mano tres años después de 1975, cuando murió Franco y comenzó un rápido camino hacia el cambio. El acuerdo fue posible, en parte, porque ninguna de esas dos España era lo suficientemente poderosa para imponerse. Descartada la guerra, llegó la paz y la reconciliación. Ese es el camino.