Todavía quedan plazas en la piel de toro que es España cargadas de sabor. Sabor antiguo y de tiempos pasados. Algunas enclavadas en la roca, otras construidas con vetustos materiales, y otras como la de Castillo de Bayuela, construidas en el medio de la plaza del pueblo, con palos, y con el rollo de justicia en el centro.
Tanto es así que el festejo no comenzó hasta pasadas las 18:15 horas, porque por el centro atraviesa una vía en la que discurre el autobús de línea. Entre tanto, la gente en el ruedo merendando, que hasta que no comenzó el paseíllo no se retiraron. Luego García Pulido sorteó en primer lugar un gran astado, al que instumentó una buena faena.
Segundo y tercero presentaron más complicaciones, y las condiciones de ambos no fueron las más propicias. Entre medias, la merienda. Como en cada entreacto la gente al ruedo, pero en el intermedio con más calma, más reposo, más bebida y más bocadillos. Una cosa inédita para algunos de los que estábamos allí, incluso para los propios banderilleros, pero que se adecúa al estilo de los festejos de la Villa.
García Pulido en el segundo de la tarde. - Foto: Mario GómezEl que cerró la tarde fue de lejos el mejor del cuarteto. Un animal cuajado y de bonitas hechuras al que García Pulido pudo instrumentar una faena acorde a lo que atesora. La gente terminó de entrar en la faena, el público vibró con su torero y tras una gran estocada paseó el rabo de este animal premiado con una doble, y curiosa, vuelta al ruedo.
Hasta especial fue el paseo de los trofeos, pues sin ser ya nada extraño, hubo una invasión de ruedo, para una foto de familia con el torero y los asistentes, antes de abandonar la particular empalizada en hombros.