Según nos dicen algunos tratadistas, el botijo como elemento de barro tiene un origen ancestral, remontándose a Mesopotamia, "tierra entre dos ríos", la primera cuna de civilización entre los ríos Trigris y Eúfrates, lugar en el que se empezarían a desarrollar las primeras técnicas de cocción del barro.
Según la RAE: El botijo es una vasija de barro poroso que se usa para refrescar el agua, de vientre abultado, con asa en la parte superior, a uno de los lados boca para llenarlo de agua, y al opuesto un pitorro para beber.
La explicación científica de este elemento, habitual en nuestra vida a lo largo de tantos y tantos siglos, y ahora menos utilizado y sí, más añorado, es:
"A condición de que sean blancos o muy claros (y por eso la mayoría lo son), los botijos pueden refrescar el agua incluso a pleno sol, pues casi no absorben la radiación solar, y parte del calor debido a la temperatura ambiente lo disipan por evaporación (…) Esto sucede porque a través de los poros del barro blanco del botijo se filtra parte del agua, creándose así un microclima alrededor del botijo que hace que descienda la temperatura del líquido»
Por eso, en estos tiempos de alta tecnificación, virtual y de inteligencia artificial, cuando las máquinas son sofisticadas, dirigidas por chicks y dictadas para una alta comodidad y alta calidad de vida, la bebida del agua en estos días calurosos del verano, parte de un frigorífico, de unos hielos artificiosos y contaminados o de unos plásticos como envoltorios de agua de manantiales, expuestas a cambios de temperatura, bacterias y efectos de rayos. Esa gran razón nos hace echar mucho en falta, aquel "botijo" que atendía la casa del abuelo, que estaba en la ventana del vecino, que se llevaba a la huerta o se transportaba en faenas agrícolas, tal cual la siega o la trilla. Me da igual "bucaro" en Andalucía, que "botija" en Canarias. Disminuir 10 º de la temperatura ambiente es un privilegio que hemos perdido.
Ahora, en estos tiempos modernísimos, el botijo se añora y mucho, porque no había agua más fresca y más saludable, sin contaminantes, ni bacterias, ni productos mixtos, sino agua claro y pura de un manantial o fuente que guardada en su interior, se mantenía en perfecta temperatura para sanar cuerpo y "alma". Amigos, todo cambio y no todo, para bien. Por eso, igual que Mbappé dijo en su presentación ¡Viva el Madrid!, yo digo en mi reflexión semanal: ¡Viva el botijo!