La expresión, tan nuestra, de «estar cogido con alfileres» viene al pelo para señalar el estado en el que nos encontramos en nuestro país. La semana pasada lo vi muy claramente en los actos con motivo del día de la Constitución. En el Congreso de los Diputados hace tiempo que no hay celebraciones como las de años atrás cuando nadie discrepaba con el motivo de la celebración, cuando todo era, al menos por un día, un apacible remanso de acuerdo en torno a un marco de convivencia que permitió un periodo, extraño en nuestra historia moderna, de sosiego. Todo eso ha pasado a la historia, y ahora oyes ese día en el Congreso peroratas como la de Ione Belarra reclamando «la superación de la Constitución vigente para instaurar una república plurinacional donde queden blindados los derechos feministas y los derechos de la naturaleza». Por supuesto también el derecho al aborto y algunas otras cuestiones de género. Ese mismo día, y a la misma hora, un conglomerado de colectivos diversos lograba reunir en la Puerta del Sol a unos cientos de personas reclamando la superación del Estado autonómico y la instauración de un Estado unitario que deje clara «la soberanía de la nación española» frente a independentistas y otras especies plurinacionales. Está claro que el consenso que nos sirvió durante décadas está roto o va camino de romperse. El barco comienza a quebrar por los extremos, cada vez más perceptibles y con mayor capacidad movilizadora.
La diferencia de unos años a esta parte es que antes la zona de consenso era tan amplia que hacía inaudible cualquier discrepancia. Ahora, al contrario, las disidencias son cada vez más sonoras, reduciendo al mínimo el punto de intersección, y los extremos de ambas partes apuntan a crear un marco constitucional distinto al que tenemos, no a una reforma sino directamente a una abolición para abrir una nuevo periodo constituyente. El poco entusiasmo con el que se celebra la Constitución parece abocarnos a un país cogido con alfileres. La Constitución, que es abierta al máximo, permitió una acomodo de posicionamientos muy distintos. Es ahora cuando las partes más activas y extremas de esos posicionamientos reclaman una definición del país mucho más cerrada, y así unos reclaman la republica plurinacional y otros el Estado centralista, y cada vez se les oye más cuando antes no pasaban de ser segmentos marginales del espectro político
El consenso, aquella palabra talismán en los años de la Transición, ha saltado por los aires y su reconstrucción, vía un gran pacto de Estado entre los dos grandes partidos, parece una quimera inalcanzable. No es algo exclusivo de España. La polarización se ha instalado en el mundo democrático pero en España todo parece ponerse en cuestión cuando entra por nuestras puertas un vendaval de este tipo. En Francia, por ejemplo, la derecha más radical se ha unido a la izquierda más intensa para tumbar a un gobierno, algo que es una consecuencia más de esta época que vivimos, pero sus instituciones republicanas están tan consolidas que nadie duda de su fortaleza. Igual ocurre en Estado Unidos donde un 'outsider' como Donald Trump hará temblar durante cuatro años muchas cosas allí pero casi nadie duda de que las instituciones le sobrevivirán. En Francia vimos el otro día durante la reapertura de Notre Dame la solidez del país, solamente tres días después de la convulsión que produjo la censura al Primer Ministro. Nadie habla en el país vecino de iniciar un periodo constituyente para ponerlo todo patas arriba. En España, donde las instituciones son más fuertes y están más consolidadas que lo que podemos pensar (lo vimos durante el desafío independentista de 2017), sí que acompasamos los vendavales políticos del momento, que tienen dimensión mundial, con una puesta en cuestión de la Constitución, la forma de Estado y la organización territorial, aunque, a diferencia de lo que ocurre en otros países, los partidos tradicionales siguen teniendo la sartén por el mango una vez que se cierran las urnas y los votos dictan su sentencia. Al final no tenemos los sobresaltos electorales tan brutales que se viven en otros países pero tenemos la sensación de que lo nuestro se tambalea y no deja de estar sujeto levemente con alfileres.