De la filosofía cayó al ciberespacio para crear PlayGround (2008), plataforma de comunicación enfocada a las redes sociales; él, que nunca tuvo un perfil, por pudor. Pero creía en el artificio del futuro y llegó al Top 10 de los medios más leídos en el mundo.
En 2018, la tecnocracia de Silicon Valley buscó una regulación puritana de la información a través de un algoritmo y, de la mañana a la noche, lo hundieron. Ahora, Marcet vuelve al mito y la antropología con La historia del futuro, un intento de recuperar la visión del tiempo que se perdió y marcó el declive de la humanidad.
¿Cuál es su propuesta para salvar a la prensa de su desaparición a manos del monopolio tecnócrata?
Ante la ofensiva de Google y Meta contra las noticias, cuya veracidad no han sabido regular, invito a la unión de todos los medios del planeta a exigir a sus gobiernos una alianza para acabar con el modelo de negocio llamado la economía de la atención (cada segundo en la red les reporta beneficios en publicidad), que engancha a los niños y está obligando a medicarlos.
La economía de la atención anabolizada por la Inteligencia Artificial es una tecnología demasiado poderosa para estar en manos de nadie, es el mito de Prometeo: nadie puede aspirar a ser dios. Hay tecnologías que deberían prohibirse, porque degradan a nuestra salud, la libertad y la democracia.
La invención del reloj mecánico fue, a su juicio, la gran maldición de la historia. ¿El reloj mató al destino?
Sí, y lo sustituyó por el concepto de futuro, marcó un ritmo inédito, lineal y constante en el universo, donde nada es constante.
«El futuro se convierte en una droga, nos causa ansiedad, y el capitalismo fue la manera de hacerla productiva». ¿Fue el principio de nuestro miedo al tiempo y de que vivamos para trabajar en lugar de trabajar para vivir?
Sí. Trabajo viene de tripalium, un objeto de tortura con tres palos que se usaba para los esclavos. El trabajo para los ancestros era espantoso, nunca honroso. Y, de golpe se implanta la ética del trabajo (...) Estamos en un momento paradójico en el que el futuro ha destruido nuestro futuro y seguimos haciendo planes de futuro enloquecidos, nos mata la ansiedad. Elon Musk es el futurista por excelencia: quiere llevarnos a otros planetas porque habremos destruido la Tierra, e implantarnos IA en nuestras conciencias. Pero, ¿no será más sencillo decrecer, dejar de consumir tanto, reducir la producción, como decía Walter Benjamin, para evitar la destrucción?
También sostiene que el tiempo es la causa de todas las guerras. ¿Qué opera en Gaza o Ucrania?
Todas las guerras actuales son luchas capitalistas por los recursos. Los Estados tienen miedo al mundo que viene, un mundo de muy pocos recursos, donde la información será el nuevo oro y la IA la tecnología y el poder que tomará las decisiones.
El lenguaje de la informática «es fascista y misógino». El futurismo de Marinetti, alabando velocidad, violencia y misoginia, denostando el intelecto y la ecología, está en la base del fascismo, pero, ¿por qué lo compara con el andamiaje tecnofinanciero?
A partir del nacimiento del futuro se impone una visión binaria del mundo, basada en opuestos, mientras la mitología y la poesía enseñan que estamos en continua metamorfosis y que somos andróginos: la realidad es mucho más compleja que una definición exacta. El lenguaje informático se basa en unos y ceros, símbolos unívocos, cerrándose a una visión bipolarizada que nos convierte en máquinas confrontadas, violentas, y por eso estamos en una guerra civil mundial.
Compara internet con el mito de Frankenstein, «un monstruo hecho a base de nuestros trozos de vida, nuestros datos», ¿pero la red no era la democratización del saber?
El doctor Frankenstein alumbra el monstruo por ego y deseo de crear un ser superior que salvará vidas y nos hará inmortales. Exactamente lo que sueña Silicon Valley: crear un gran dios, una IA, que todo lo solucione y prediga el futuro. Pero esa criatura arremete contra su creador, que es lo que ha ocurrido en la historia de la humanidad: una línea parricida. Recuperando el mito de Prometeo, la profeta Mary Shelley cuenta que las tecnologías van a ser lo que nos destruya. Y que cuando nos demos cuenta no nos quedará otra opción que acabar con ellas, porque es un juego demasiado peligroso, como ocurre a Víctor Frankenstein.
¿Solo matando el tiempo renacerá la civilización?
Hemos de regresar al tiempo original y no mediatizado por el capitalismo y la tecnología, donde a través de la circularidad de las estaciones y los ritmos naturales volvamos a estar en consonancia con un mundo que nos excede pero del que formamos parte. Y volver a encontrarnos con la eternidad.
¿Qué entiende por eternidad?
Lo que está más allá del tiempo y el lenguaje: la fusión de los opuestos, la androginia. Solo a través de un lenguaje abierto a la androginia, del símbolo, la poesía, el arte, el amor, se puede llegar a rozar su comprensión sin ser muy consciente: es metafísica, es la mar mezclada con el sol que dijo Rimbaud, una metáfora de la unión. Todo es un infinito continuum, pero el lenguaje informático corta el mundo analógico a través de símbolos binarios, heteros, siempre en guerra. Por eso la revolución será andrógina, sólo así podremos despolarizarnos y dejar de pelearnos.
¿Confía en que esa revolución llegará finalmente?
No queda otro remedio. Ha de nacer en el interior de cada uno, porque vivimos en un laberinto de tecnología capitalista que solo lleva a la destrucción: hay que sacrificarla como hizo Frankestein, por un bien mayor (...)
Hemos convertido en objeto hasta nuestra propia inteligencia, con la metáfora invertida de la IA: la única solución es apagarla, prohibir su monetización, como se ha hecho en la historia con lo demasiado poderoso, con la pretensión de ser dios, porque la naturaleza lo castiga, como hizo Zeus trayendo a Pandora con su caja de desgracias para controlar al hombre. ¿Creemos realmente que podemos ser inmortales sin consecuencias o diseñar un sistema que puede ser dios e infinito?