Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Ianuarius

03/01/2024

Así denominaban los romanos al primer mes del año, dedicado al dios Jano (en latín Ianus) y de ahí viene nuestro mes de enero, aunque la etimología es más clara en otras lenguas romances (como en portugués, janeiro, francés janvier o italiano, gennaio). Jano era una de las divinidades romanas más antiguas; hijo del Cielo y de Hécate, protegía todos los comienzos, las entradas y los tránsitos, siendo el dios del primer día del mes, del año, del siglo, del inicio de los consulados, la cosecha, la guerra o la puerta (ianua) de la casa. Un dios civilizador, protector de la generación humana así como de la germinación de las semillas; inventor del lenguaje, la moneda, la navegación o la agricultura. Cuando Roma estaba en guerra, las puertas de su templo permanecían abiertas y su cierre significaba la paz. Se le suele representar  con dos caras, una mirando al pasado y otra al porvenir.
Esta evocación mitológica me parece muy oportuna al comenzar un nuevo año. Todos, como Jano, en estos primeros días del recién estrenado 2024, evocamos el pasado, quizá con nostalgia, agradecimiento, alegría o dolor, a la vez que dirigimos nuestra mirada hacia un futuro que, según los casos, estará transido de esperanza, seguridad, anhelo, miedo o angustia. Tal vez estemos deseando pasar página o tan sólo reiniciar el camino con renovadas fuerzas.
Posiblemente, como en la vieja canción de Mecano, hayamos hecho balance de lo bueno y malo, recordando con nostalgia a los que ya no están y alegrándonos por algunos nuevos incorporados a las uvas. Es el ciclo de la vida, rueda inexorable que avanza sin detenerse ni darnos pausa. Lágrimas de nostalgia, junto a lágrimas de alegría, que forman parte inseparable de la existencia humana.
En cualquier caso, conviene no demorarse demasiado en esta mirada al pasado, pues puede acabar paralizándonos, como a la mujer de Lot. La remembranza agradecida es necesaria, pero el recuerdo obsesivo es destructor. La vida fluye, y hemos de ser río que se dirige a la mar, sin lamentarnos porque ya no somos aquel arroyo jovial e impetuoso que brotaba del manantial de la montaña. Avanzamos, como el padre Tajo –ojalá este año sea el de su renacimiento-, ensanchando el cauce, con más tranquilidad pero mayor fecundidad, portando el limo vivificador de experiencias que nos hacen madurar y mejorar, como los buenos vinos. Comenzamos a escribir una página que en su blancura es promesa de las más diversas posibilidades; podemos componer un hermoso poema o un terrible drama. De nosotros depende.
Jano nos invita a mirar hacia delante. Ojalá pronto puedan ser cerradas las puertas de su templo y esa paz que todos anhelamos y, que, como los ángeles cantaban la noche de Navidad, deseamos a todos los hombres de buena voluntad, llegue a los confines de la tierra, desde las llanuras de Ucrania al martirizado país de Jesús.
Que tengan un venturoso 2024.

«La remembranza agradecida es necesaria, pero el recuerdo obsesivo es destructor»